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Por varios motivos. Primero, porque el charlatán bien puede engañar deliberadamente sin obtener, necesariamente, un beneficio económico (algo así como un “estafador ad-honorem”). Segundo, porque usualmente no hay solamente un engañado (la “víctima”), sino que el charlatán bien puede ser presa de su propia ingenuidad, creyendo genuinamente que no hay engaño en lo que hace (no hay afán de mentira). De todos modos, sí hay al menos un engañado, “el cliente”, quien cree estar recibiendo algo de parte del charlatán, usualmente a cambio de dinero, cuya efectividad difícilmente resiste un análisis detenido.
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