Versión original de la columna publicada en el diario Hoyxhoy el 24/11/14
Imagine que, caminando por la calle, alguien se le acerca y le propone un estupendo negocio con el que puede ganar millones, rápidamente y sin apenas esfuerzo. “Solo tiene que pagar $5.000 para los gastos de inscripción”, le dicen. ¿Pagaría usted? “Firme acá”, le dicen. ¿Firmaría el papel que le tienden sin leerlo?
Imagine esta otra situación: en el diario ve un anuncio del auto usado con el que ha estado soñando durante meses. El precio es el adecuado y el anuncio asegura que el auto está “flamante, como nuevo, muy bajo kilometraje, nunca chocado”. Ud. llama al teléfono del anuncio y le proponen cerrar el trato de inmediato porque hay muchos interesados. ¿Pagaría Ud. por el auto soñado sin siquiera echarle un vistazo?
La respuesta que la mayor parte de la gente daría a las preguntas anteriores es un rotundo no. Una voz interior nos dice que los negocios demasiado buenos para ser ciertos son probablemente estafas. Esta precaución de no aceptar los tratos que se nos ofrecen sin antes constatar la veracidad de sus promesas se llama escepticismo. El escéptico no niega que exista la posibilidad de hacer un buen negocio, pero recomienda el sano ejercicio de la duda antes de embarcarse.
Todos llevamos dentro un escéptico que despertamos en ciertas ocasiones, en particular cuando se trata de asuntos monetarios. El problema es que, con frecuencia, dejamos al escéptico dormir tranquilamente cuando lo que nos quieren vender son ideas (pomadas, diríamos) que no nos cuestan un solo peso pero que, no por eso, son menos fraudulentas.
¿Recuerdan que el mundo se iba a terminar a fines del 2012? ¿Recuerdan que una princesa japonesa predijo varios días de oscuridad para esa fecha? ¿Alguien lleva la cuenta de las catástrofes anunciadas y fallidas? Estas “predicciones” son aceptadas como verdaderas por una gran cantidad de personas, sin ningún filtro de veracidad, sin ninguna exigencia de evidencia, sin ningún ejercicio de duda. El que compra estas ideas no paga (normalmente) dinero contante y sonante, pero a menudo tiene que pagar un precio de alarma y angustia. Peor aún, el crédulo contribuye a propagar la estafa intelectual, embaucando a sus cercanos.
¡Que no lo estafen a Ud. también! Antes de tragar y viralizar supuestas noticias estrambóticas de dominaciones reptilianas, remedios mágicos, conspiraciones siniestras, terremotos a distancia, poderes espectrales, adivinaciones y todo un largo etcétera, despierte y pida consejo al escéptico que lleva dentro.