Hace unas semanas atrás mis amigos de la AECH me regalaron un libro imprescindible, lo cual agradezco infinitamente. Me refiero a la Trilogía de Auschwitz, del italiano Primo Levi.
Este libro, en realidad, es el compendio de tres libros escritos en distintas épocas por el autor. El primero de ellos se titula “Si esto es un hombre”. En él, Levi relata, a un año de su liberación y a modo de testigo, sus vivencias en Buna Monowitz (Campo de esclavos dependiente del complejo concentracionario de Auschwitz). Con una profunda mirada a la naturaleza humana, Primo Levi (ateo y librepensador) va contando sin rencor y sin ánimo de erigirse como juez, los hechos tal como los recuerda.
¿Y por qué este libro es imprescindible? Este primer texto de Levi, que no era escritor, es considerado la obra más lúcida de toda la literatura sobre El Holocausto. Por su sinceridad, su no victimización (ni la él ni la de nadie) y por el sentido analítico y racional con que fue escrito. Primo Levi era químico de profesión y le gustaba observar la realidad con la rigurosidad con la que se observa una reacción química en un laboratorio. Es por eso que su libro es un testimonio sobrio y objetivo de los hechos. Además, Levi no tenía tradición judía importante, su padre era agnóstico y estaban asimilados a la cultura italiana, por lo que él comprende la barbarie como algo genérico del hombre contra el hombre y no se queda solo en la denuncia específica del antisemitismo. Levi era esencialmente, desde antes de su captura, un antifascista. De hecho, fue por eso que cayó prisionero en primer lugar.
«Si esto es un hombre» ya lo había leído antes. Antes de pertenecer a la AECH y antes de declararme como escéptica. Hoy lo he vuelto a leer después de un par de años. A partir de la edición de 1976 se añade un apéndice al libro que incluye respuestas de Primo Levi a las frecuentes preguntas que le hacían sus lectores. En esta sección he reparado en algo notable. He reparado en un párrafo que ahora distingo con gran claridad:
“Hay que desconfiar, pues, de quien trata de convencernos con argumentos distintos de la razón, es decir de los jefes carismáticos: hemos de ser cautos en delegar en otros nuestro juicio y nuestra voluntad. Puesto que es difícil distinguir los profetas verdaderos de los falsos, es mejor sospechar de todo profeta; es mejor renunciar a la verdad revelada, por mucho que exalten su simplicidad y esplendor, aunque las hallemos cómodas porque se adquieren gratis. Es mejor conformarse con otras verdades más modestas y menos entusiastas, las que se conquistan con mucho trabajo, poco a poco y sin atajos por el estudio, la discusión y el razonamiento, verdades que pueden ser demostradas y verificadas.” (Pág. 242, El Aleph Editores)
¡Qué buen ejemplo de escepticismo! y sobre todo ¡qué importante para la temática que abarca!
Levi se estaba refiriendo a los líderes que llevaron a la locura a pueblos enteros, sumidos en el fascismo y la persecución de quién pensara o fuera distinto. Y lo que concluye, es que no se necesitan monstruos para llevar la violencia, la crueldad y la locura a los niveles que se alcanzaron en el régimen Nazi. Solo se requiere un líder carismático que desactive la razón entre sus oyentes, o que se aproveche del hecho de que la gran mayoría de las personas van por la vida con el pensamiento crítico despierto para las cosas pequeñas y dormido para las grandes (en el mejor de los casos). En otras palabras, la figura del dictador se acerca bastante a la del charlatán.
Primo Levi nos está diciendo que dejar suspendida la voluntad de razonar puede llevarnos a cometer los actos más despreciables de una manera totalmente superficial. La comodidad de creerle al charlatán y de pertenecer a la comunidad circundante es una tentación peligrosa.
En el párrafo inmediatamente anterior al citado se puede leer lo siguiente:
“Por ello, meditar sobre lo que pasó es deber de todos. Todos deben saber, o recordar, que tanto a Hitler como a Mussolini, cuando hablaban en público, se les creía, se los aplaudía, se los admiraba, se los adoraba como dioses. Eran «jefes carismáticos», poseían un secreto poder de seducción que no nacía de la credibilidad o de la verdad de lo que decían, sino del modo sugestivo con que lo decían, de su elocuencia, de su arte histriónico, quizás instintivo, quizás pacientemente ejercitado y aprendido. Las ideas que proclamaban no eran siempre las mismas y en general eran aberraciones, o tonterías, o crueldades; y, sin embargo, se entonaban hosannas en su honor y millones de fieles los seguían hasta la muerte. Hay que recordar que estos fieles, y entre ellos también los diligentes ejecutores de órdenes inhumanas, no eran esbirros natos, no eran (salvo pocas excepciones) monstruos: eran gente cualquiera. Los monstruos existen pero son demasiado pocos para ser realmente peligrosos; más peligrosos son los hombres comunes, los funcionarios listos a creer y obedecer sin discutir, como Eichmann, como Hoess, comandante de Auschwitz, como Stangl, comandante de Treblinka, como los militares franceses de veinte años más tarde, asesinos en Argelia, como los militares norteamericanos de treinta años más tarde, asesinos en Vietnam.”
¿Puede la razón eximirnos de comportarnos como criminales o de cometer actos inmorales? ¿Creen ustedes que la razón sea un arma tan poderosa que pueda prevenirnos de regímenes absolutos? ¿Qué pasaría en un mundo ideal donde la población estuviera educada en escepticismo y pensamiento crítico?
Les dejo abierta la invitación a comentar y discutir estas preguntas y a leer este libro escrito por un hombre que quería comprender cómo funcionan la mente y la voluntad humana y las consecuencias que pueden traer cuando se adormecen.