Clever Hans, el caballo que sabía matemáticas

por | 18 mayo, 2011

A principio del siglo XX una noticia sorprendía a los escépticos de la época. Se decía que en Alemania había un caballo que sabía sumar, restar, algunas operaciones matemáticas sencillas, podía leer la hora y calcular el día de un calendario. Apuesto que piensan lo mismo que yo… otro charlatán o un magufo como diríamos ahora. Pero aunque suene increíble… era cierto. Todo lo que se decía era absolutamente cierto.

Usted mismo, si quería, podía ir a preguntarle al caballo: «¿cuánto es tres por cinco?» y el caballo golpeaba enfrente de usted quince veces en el suelo. Le preguntaba si hoy miércoles es 5 ¿qué día es el lunes próximo? Y el caballo golpeaba 10 veces el suelo. Lo mismo si le mostraban números, relojes, naipes. Todo esto ocurría en frente del público sin trucos de cámara, de prestidigitación o efecto computacional.

Clever Hans o su nombre en alemán Hans der Kluge era un caballo que pertenecía al profesor de matemáticas y entrenador de caballo aficionado, Wilhelm von Osten. Este lo entrenó para que “aprendiera” a sumar, restar, multiplicar, dividir, trabajar con fracciones, decir la hora, entender el calendario, diferenciar tonos musicales, leer, deletrear, y entender el idioma alemán.

Si Von Osten preguntaba a Hans, «Cuánto es tres por cuatro?» Hans contestaba dando toques con su pie. Podrían hacer preguntas tanto oralmente como en la forma escrita.
Como se ve en la foto se podía elegir al azar algunos naipes de números y el caballo podía reconocerlas.

Cuando el caballo estuvo listo Wilhelm von Osten realizó espectáculos por toda Alemania presentando al caballo y pronto su fama trascendió a otros países. La gente podía ver y presenciar el espectáculo y claramente no había nada que pareciera un truco o trampa. Cualquiera que dudara podría preguntar y el caballo terminaba dando en el suelo el número correcto de de golpes.

Entonces mis queridos escépticos quisiera hacerle la siguiente pregunta… ¿Realmente el caballo era un genio?

Bueno, la escéptica función de dudar le correspondió al filósofo y psicólogo Carl Stumpf, quien en 1904 creó la Comisión Hans, junto a un panel de 13 personas compuesta el director del Zoológico de Berlín, un gerente de circo, un oficial de la rama de caballería del ejército, por un veterinario y profesores de escuela. Tras examinar al caballo y las pruebas que realizaba, concluyó fehacientemente que: no había fraude, truco circense o de prestidigitación empleado y al parecer el caballo realmente podía responder.

Uno de los investigadores Oskar Pfungst, no conforme con la evaluación de la Comisión Hans, en 1907 prosiguió los estudios y examinó con más detención y realizó experimentos controlados. Primero aisló el caballo controlar todas las señales que pudiese recibir el caballo del interrogador los espectadores. Luego experimentó ordenadamente para determinar qué pasaba cuando:

– el caballo podía ver al interrogador.
– el interrogador no veia al caballo.
– el caballo no podía ver.
– el interrogador no sabía la respuesta a la pregunta por adelantado.
– se utilizaba interrogadores distintos.

Pfungst finalmente logró determinar la verdad, excluyendo la posibilidad de fraude determinó era cierto que el caballo podía generalmente conseguir las respuestas correctas. Sin embargo, el caballo conseguía buenos resultados, sólo cuando el interrogador sabía (conocía) la respuesta y el caballo podría ver al interrogador.

¿Y cual era la explicación?. La verdad era que el caballo podía percibir las señales no verbales (Parecido a lo que se ve en la serie televisiva “Lie to me”) de las personas. Observando del rostro del que preguntaba veía sus gestos inconscientes, percatándose que cuando estaba cerca del número correcto la tensión facial del humano aumentaba, pero se relajaba cuando alcanzaba el número. Entonces el caballo por interés del premio que recibía dejaba de patear. Entonces sin darse cuenta la misma gente que preguntaba le daba la respuesta al caballo. En un capítulo de «Los Simpson», Lisa se va de la casa cuando comprueba que su hermana es más inteligente que ella y sólo al final de la historia, se percatan que siempre fue ella quien inconscientemente le daba los resultados. A este fenómeno se le llamó “El efecto Cléver Hans” y fue el inicio para realizar los experimentos ahora conocidos como doble ciego. Es decir que ese caballito genio nos enseñó que cuando el investigador sabe los resultados del experimento o encuesta, sin quererlo puede transmitirlos a los sujetos en observación y por lo tanto deben aceptarse las investigaciones que comprueben ser hechas en ciego, doble ciego, o incluso en triple ciego, es decir cuando ni el experimentado, ni el experimentador y si es posible, ni siquiera el que procesa los datos sabe qué es lo que se busca.

Respondo entonces la pregunta… ¡Correcto!, el caballo realmente era un genio, pero no de las matemáticas. Pero nos dejó un legado: gracias a él podemos percatarnos que muchas seudociencias son exactamente eso, falsedades sin rigor científico. Cuántas veces hemos visto el efecto Clever Hans en «estudios» que «comprueban»: Las flores de Bach, la acupuntura, la homeopatía, la xxx-terapia, los niños índigos, la grafología, etc., etc. Tan sólo les pedimos un simple estudio en doble ciego, para que nos convenzan a nosotros los escépticos, que su honesto estudio no está contaminado involuntariamente por este efecto. ¿Es mucho pedir?