Acerca de los dogmas marianos

por | 21 abril, 2011

Por Benjamín Carvallo Carvallo

Lo que busco en este artículo es abordar los dogmas marianos, considerados por los fieles católicos como verdades absolutas indiscutibles (el dogmatismo de por sí consiste en pensar en absolutos sin mediar reflexión alguna) y explicar cómo éstos surgen, en realidad, a partir de recursos literarios de la tradición bíblica y posterior. Como es bien sabido, la literatura surge asociada a los mitos y la religión, de la misma manera en que el drama y el teatro están íntimamente ligados a los ritos, desde la sociedad greca primitiva hasta la época medieval, al amparo del cristianismo. Es por eso que el fenómeno religioso está asociado a la literatura y la ficción, pues las religiones se fundamentan en libros que, considerados sagrados e inspirados por la divinidad, son ante todo textos escritos por el hombre. Así, podemos ver que la figura de María ha sido mitificada y adornada con una serie de creencias que surgen posteriormente, tal como ocurre incluso con personajes históricos después de su muerte.

Al leer la Biblia, los fieles no suelen considerar que están leyendo a un autor, que ciertamente no es Dios. Por ejemplo, cuando María visita a su prima Isabel, de acuerdo al Evangelio de Lucas, ésta la reconoce como madre de Dios y María replica con el Magnificat. Este poema o canto es un mosaico de citas de cantos de mujeres del Antiguo Testamento, y ciertamente no hay registro posible de que la Virgen haya improvisado semejante poema en una conversación cotidiana, sino que su autor es Lucas Evangelista. Es sabido que el profeta Daniel, por su parte, uno de los elegidos de Dios, es un personaje ficticio creado por las autoridades religiosas para transmitir un mensaje moral. Y seguramente lo son también otros profetas. Los Apocalipsis, como el de Juan, considerado por varias sectas protestantes como el anuncio del fin del mundo, en realidad hablan de la Iglesia emergente en aquella época, en un lenguaje alegórico codificado para los primeros cristianos. Hubieran sabido los autores el lío que iban a provocar dos mil años después con aquellas imágenes literarias. ¡Y qué decir de cómo los creacionistas pretenden seriedad basándose literalmente en un cantar de gesta como el Génesis! ¿Se escapan a esto los Evangelios? Ciertamente no; la figura de Cristo ha sido ensalzada hasta convertirlo en Dios. Los evangelistas, al escribir, adaptaron lo que oyeron a las comunidades cristianas que los leerían. Pasajes que de ser reales serían asombrosos, como la resurrección de Lázaro o del mismo Cristo, tienen mucho de mitificación cristiana, muchísimo de contaminación post mortem de la leyenda, y nada de registro por parte de historiadores griegos y romanos.

Ahora centrémonos en los dogmas marianos, y en el principal de ellos: María madre virgen. En la Biblia aparece un patrón repetitivo asociado a los nacimientos importantes. Cuando Dios se dirige a Abraham en el Génesis, con el objeto de formar un pueblo, le promete, para ello, una gran descendencia. Abraham no tenía hijos. Era anciano y su mujer estéril. Es por eso que concibe un hijo con una esclava, pero luego Sara, su mujer, que era infértil, queda embarazada de Isaac. El Evangelio de Lucas nos narra que Isabel era estéril y no podía tener familia, lo que era una humillación para ella y su esposo, el sacerdote Zacarías, debido a la importancia que los judíos daban a la descendencia. Pero a Zacarías se le aparece el arcángel Gabriel –narra el Evangelio de Lucas– para anunciarle un hijo, e Isabel queda embarazada de Juan Bautista, primo de Jesús. Otro ejemplo es el Evangelio de la Natividad de María. Los católicos objetarán: “¡es apócrifo!” Lo es, pero este texto, que data de la Edad Media, fue escrito al amparo de la tradición católica. De él se toman las fiestas de la Natividad de María (8 de septiembre) y de Ana y Joaquín, padres de la Virgen, que no son mencionados en la Biblia. El texto narra que Ana y Joaquín eran estériles y viejos; Joaquín era sacerdote, al igual que Zacarías; ambos eran despreciados por no tener hijos. Sin embargo, tras el anuncio del ángel, Ana queda embarazada de María.

Así, podemos apreciar que, en la tradición bíblica católica, se utilizan recursos literarios para acentuar los nacimientos importantes como acontecimientos imposibles (debido a padres estériles) anunciados por un ángel. Pero el nacimiento de María presenta una anomalía: nace una niña. Para los judíos no tener hijos representaba una maldición de Dios, pero las hijas eran una carga para sus padres y sus futuros maridos, carga que era aliviada con la dote. Pero esto se justifica en que María sería, para la tradición posterior, la madre del Mesías, y el nacimiento de Cristo, el hombre-Dios, ameritaba algo mucho más imposible y espectacular que una madre estéril. Es por eso que se incorpora la idea de la madre virgen, que sí está a la altura, literariamente hablando, de los coros de ángeles de los que habla el Evangelio, las persecuciones y la supuesta estrella que señalaba la ubicación del pesebre. Incluso los Evangelios apócrifos ponen énfasis en que la matrona declara a María como físicamente virgen incluso después del parto, y el dogma católico lo avala. Sin duda todos estos elementos se agregaron a la leyenda cristiana mucho después de la muerte de Cristo.

El concepto de madre-virgen es, como muchos dogmas católicos, una paradoja tanto literaria, en su calidad de tropo o figura retórica, como también una paradoja lógica. La Iglesia ha enaltecido la figura mariana asociada a la virginidad y la pureza, sin considerar siquiera que no haberse acostado con su esposo hubiera sido motivo de desprecio público en aquella sociedad. El cristianismo asocia la idea del sexo y el impulso sexual (cosas naturales de todo ser humano) como algo pecaminoso para someter a todo ser humano a la tiranía de la culpa. La eterna pugna entre el cristianismo y los instintos básicos del hombre alcanza su apogeo al venerar a María llamándola Virgen (sí, con mayúscula) en vez de por su nombre.

En la literatura actual, el concepto de pureza casta de María, madre-virgen, se opone a María Magdalena, que encarna la sexualidad que denigra la divinidad de Cristo, ante la tesis de María Magdalena como esposa de Jesús. La batalla mariana contra las iglesias evangélicas se protege a sí misma con la idea de “dogma de fe”. En efecto, entre ficción y ficción, surgen otros dogmas importantes a lo largo de la historia de la Iglesia, tales como: 1. María, aun siendo esposa, fue virgen toda su vida; 2. Por ser madre de Cristo, fue concebida Inmaculada, libre del Pecado Original; y 3. Por estar libre del Pecado Original, fue asunta al Cielo en cuerpo y alma.

Estos dogmas no sólo desafían la razón y la lógica, sino que se oponen a la doctrina católica actual. La Iglesia piensa hoy que el Cielo no es un lugar físico, sino un estado espiritual. ¿Cómo podría entonces María evadir la muerte para ser asunta en cuerpo físico y alma? La respuesta es que este dogma fue concebido bajo la creencia antigua de que el Paraíso estaba en el cielo, en algún lugar de la atmósfera, y no tiene base alguna en los Hechos de los Apóstoles ni en ningún libro de la Biblia. Si el pecado, para la doctrina católica, es inherente a la conducta humana y la dualidad Bien/Mal, es independiente de si el individuo peca o no, ¿cómo podría alguien liberarse del Pecado Original al momento de ser concebido, si el Pecado Original para la Iglesia actual es una metáfora de la naturaleza del pecado, fundamentada en la metáfora del segundo relato creacionista?

Aunque los dogmas son paradojas de por sí, ciertamente se produce una paradoja de consecuencia al tener que ajustar todo constantemente para defender una “verdad” antiquísima, declarada por algún concilio hace muchos papas. ¿Y esto para qué?, se preguntarán. Cuando los fieles se postran ante María, no lo hacen ante una adolescente judía de hace dos mil años, inaprensible para nosotros; ni siquiera ante un personaje de la tradición, sino ante una institución que es parte de la institucionalidad católica. María es una institución que representa pureza, castidad y obediencia. Ciertamente estas ideas, en especial la castidad y la virginidad, están siendo tremendamente sobrevaloradas por los marianos y los católicos en general. Al ser la verdadera María, la muchacha, inaccesible, los católicos institucionalizan su mito y pretenden sortear la distancia temporal a través del rito, es decir, ritificando al mito en los votos de los sacerdotes.

Hay que destacar también que la tradición mariana incorpora elementos interculturales, como la idea de María siendo asunta, que representa la idea “pagana” del ser humano ascendiendo a una condición divina, o el rosario, único mantra de los católicos, copiado del rosario de los hinduistas. Como institución intercultural, existen diferentes Vírgenes o versiones de la Virgen según el lugar de sus apariciones, como Fátima o Lourdes, pero también según los milagros que concede, o la imagen que la representa, y además hay una Virgen adecuada para cada pueblo o cultura, desde las Madonnas renacentistas italianas a la Virgen del Carmen, la Virgen de la Tirana, que tiene su propio carnaval pagano, y las imágenes que circulan por mail concediendo favores o amenazando si el mensaje no es reenviado. También está la versión azteca de la Virgen de Guadalupe y las otras versiones precolombinas de la Virgen, como las de Perú, ante cuyas imágenes los incas se arrodillaban para adorar, no a María, sino al sol que pintaban en la imagen junto a la Virgen.

La institución mariana ha inspirado varias congregaciones católicas, los dogmas que hemos visto, e incluso novelas y poemas. Miles de católicos en el mundo se postran ante Vírgenes morenas, rubias, en fin, similares racialmente a ellos mismos. El problema es que la virginidad de María, principalmente al estar embarazada, pese a ser evidentemente inviable, es fundamento para los católicos de la divinidad de Cristo. Es por eso que la Iglesia (institución formada por varones) intentará a toda costa, al igual que el pequeño Edipo descubriendo su sexualidad, aferrarse a la única imagen femenina y maternal que permite la visión católica de un Dios Padre completamente antropomorfo.

Autor: Benjamín Carvallo Carvallo

Sobre el autor
Licenciado en Literatura, se desempeñó durante el año 2008 como profesor de dicha área, impartiendo un Taller Literario para personas discapacitadas en la Municipalidad de Las Condes. Ha trabajado también como corrector de textos y con gente de escasos recursos, principalmente niños y adolescentes. Actualmente trabaja como profesor ayudante en la Universidad Diego Portales. Como escritor emergente, ha escrito tres novelas de ciencia ficción, tres poemarios, seis radioteatros, varios cuentos y tres obras dramáticas, además de canciones y guiones.