Los azotes de Ximena Ossandón

por | 18 diciembre, 2010

Sentimientos de modernidad nos evoca la expresión «en pleno siglo XXI», como si por fin nos pudiésemos sentir librados de la ignorancia, oscurantismo y precariedad atribuibles a tiempos pasados. En Occidente nos reconocemos modernos y libres del medievalismo imperante en Medio Oriente. A algunos ya nos logra espantar ciertas prácticas bárbaras que no reconoceríamos propias de nuestra sociedad, ¿cierto?

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En el Sudán del siglo XXI, su sociedad musulmana acordado los deberes y derechos mutuamente exigibles. En el ejercicio de su soberanía, han plasmado en su institucionalidad el reflejo de las enseñanzas de la religión de su pueblo, el Islam. Así es como, legítimamente en su sociedad, nos encontramos con que una mujer puede ser azotada en público, decenas de veces, sin un debido proceso ni juicio justo, sino que simplemente ajusticiada por aquel policía que la descubra, in fraganti, cometiendo un delito de inmoralidad al vestir pantalones. Es justo, ¿no?.

Sus políticos han aprobado leyes que autorizan a sus instituciones policiales a realizar estos ajusticiamientos. No son políticos salidos de la nada, sino que simplemente son honorables ciudadanos de su país, con ciertas ideas religiosas, elegidos democráticamente por otros ciudadanos de su país, con ideas religiosas similares. Sus mujeres, hasta donde se les reconozca como ciudadanas y sufragantes, tienen los mismos derechos y obligaciones que todos en su país, todos bajo la misma ley, iguales ante esa ley, aunque no todos igualmente iguales. Algunas ciudadanas simplemente tienen la mala suerte de nacer en una justa sociedad donde se les reconocen derechos y obligaciones particularmente inconvenientes.

¿Cómo se les podría criticar? Además de ser parte de su institucionalidad republicana, tal sanción forma parte del ideario colectivo de su sociedad. ¿O acaso alguien osaría poner en duda la legitimidad y veracidad de sus creencias religiosas? No en vano, en el Corán no se mencionan los Derechos Humanos. Simplemente siguen las enseñanzas de su religión. No son fundamentalitas, sino moderados, pues, moderadamente, se limitan a aplicar los castigos descritos en su libro sagrado. La construcción de su forma de gobierno es natural en coherencia con los preceptos de su texto sagrado. Así, constituyen una teocracia coherente con su religión. ¿Cuál es el problema con que sus creencias religiosas perméen todo su ordenamiento social? Después de todo, las religiones son buenas para la humanidad, ¿no?. Imprescindibles para la humanidad, convenientes para el varón, toda bondad emerge de la vida religiosa.

Mujer, ay de ti si eliges al hombre incorrecto, la ropa poco adecuada, la actitud no esperada, la mirada comprometedora, el movimiento poco sutil o la palabra prohibida y sabrás de que está hecha la Palabra del Señor; sentirás todo su Amor y, con toda justicia (divina) el látigo del varón.

En nuestras naciones infieles hemos ido entendiendo en los últimos siglos las consecuencias de inmiscuir en las decisiones del Estado los intereses de las religiones y de los clérigos. Creamos al Estado para darnos garantías igualitarias de cumplimiento sobre nuestros derechos equitativos, no en favor ni perjuicio de credo alguno, de sexo alguno, de etnia alguna, etc. Cada vez que un credo religioso pisa con sus patas embarradas de fe los papeles del Estado, es el ciudadano libre quien pierde, todos y cada uno. Pierden las demás religiones, los demás creyentes, del mismo o de otros credos, pierden también los que no creen y, típicamente, pierden todavía más las mujeres. Pierde la Democracia y pierde el Estado de Derecho. Pierden los Derechos Humanos y el Homo sapiens se cae del árbol para reptar en cuatro patas, enlodándose de injusticia; injusticia divina.

Cuando este Estado que nosotros creamos pasa a ser instrumentalizado por un creyente, quien, en el ejercicio de su cargo público, aprovecha personalmente su posición de ventaja para realizar proselitismo religioso, todos perdemos. Es desproporcionadamente alto el poder del Estado con respecto a cada individuo y ese poder se le confiere para servir a la ciudadanía, a toda la ciudadanía, incluso a aquellos que no comparten la creencia en las mismas hadas o duendes en los que crea el funcionario público. Por ello, han de ser excluídas las políticas excluyentes. Las religiones, cada una absolutamente cierta en su verdad revelada, son cada una excluyente con respecto a la verdad revelada de las demás e incluso a los derechos y dignidad de los otros creyentes o no creyentes. Dejo como ejercicio al lector el documentarse acerca de los designios que cada religión reserva para herejes, ateos e infieles.

Fue coincidencia divina que la noticia de los azotes saliera en fecha muy cercana a las declaraciones realizadas por Ximena Ossandón, directora de la JUNJI a Revista Paula. En ella, una funcionaria pública, mujer, a cargo de una institución estatal de gravitante importancia para el apoyo en la crianza de nuestros infantes, evidencia creencias místicas supersticiosas, atribuye la maldad de la humanidad a ánimas sobrenaturales, reitera su ya conocida pertenencia a la secta integrista católica que es el Opus Dei, e instrumentaliza la autoridad de su cargo para realizar proselitismo religioso al instalar estatuas de quimeras en espacios de instituciones del Estado.

Ya manifiesta intolerancia a la orientación sexual de humanos libres como consecuencia de su creencia religiosa, reconociendo incluso una suerte de rechazo a sus propios hijos en caso de practicarla. Si una creyente como ella, que las hay (y los hay), tuviese oportunidad de crear leyes (y lo hacen) o velar por su cumplimiento (cosa que también hacen), ¿qué prácticas podría llegar a definir como delito moral? Mujer, ¿cuántos azotes estimas que podrías recibir como pena para váyase a saber qué delito moral? Vota por creyentes mientras cuentas los tuyos.