«En defensa del ateísmo» |
A continuación les dejo un extracto de un excelente libro que me mandaron de España, específicamente de la editorial Laetoli, quienes lo hicieron a petición de su propio autor: Roberto Augusto. El libro se llama En defensa del ateísmo y en él encontré unas interesantes líneas que aclaran bastante bien la diferencia entre afirmaciones “razonables” y afirmaciones “extravagantes”, líneas que apenas leí quise destacarlas aquí, pues he leído, en reiteradas ocasiones, a personas que llegan a comentar y que no entienden la diferencia. Por cierto, si pueden, ¡no dejen de leer el libro!
Aquí hay que hacer una importante matización. Podemos clasificar las afirmaciones sobre la existencia de algo en dos tipos: las razonables y las extravagantes. Cuando se postuló por primera vez la existencia de energía oscura en el universo, no se tenía ninguna prueba de ello. Simplemente era una hipótesis que explicaba de una manera mejor el movimiento de las galaxias. Pero esa idea era razonable ya que permitía entender hechos observables y era coherente con el resto del conocimiento anterior. Que la energía oscura permitiera entender partes inexplicables de la astrofísica no la convertía en una teoría probada, pero sí justificaba el esfuerzo por buscar pruebas que corroboraran su existencia. Hoy ese esfuerzo se ha demostrado justificado, ya que la existencia de la materia oscura (y también de energía oscura) está plenamente aceptada por la comunidad científica.
Por el contrario, una afirmación extravagante sería decir que hay bases extraterrestres en la cara oculta de la Luna. Nunca se ha verificado de manera objetiva la existencia de seres vivos en otro planeta, y menos aún de seres extraterrestres inteligentes dotados de la capacidad tecnológica suficiente para crear una base en la Luna. Si un astrónomo hiciera esa afirmación, debería aportar pruebas muy sólidas para que no cayera sobre él un descrédito absoluto. Por supuesto, si se presentan nuevas pruebas, una afirmación en principio extravagante se puede convertir en razonable. Por ejemplo, si un astrónomo presenta fotografías de esa base extraterrestre en la Luna. Si, además, ese avistamiento ha venido acompañado del hallazgo de un objeto tecnológico de origen desconocido, y fabricado con materiales que no se encuentran en la Tierra, entonces todas esas pruebas podrían justificar el envío de una sonda que investigara dicho avistamiento. Lo que en un principio era extravagante se habría convertido en razonable gracias a la aparición de nuevos datos. Pero, aunque la posible existencia de algo entre dentro de lo que he llamado “afirmaciones razonables”, eso no significa que se haya demostrado su existencia: simplemente justifica el esfuerzo de seguir investigando sobre ese asunto hasta encontrar pruebas (o no) de su existencia.