El Presidente chileno Sebastián Piñera, como buen cristiano, pone un pesebre en pleno Palacio de La Moneda. Choro, ¿verdad? Mientras tanto, la ex candidata a la Presidencia, Evelyn Matthei, prometió a los evangélicos que ninguna de sus potenciales acciones como presidenta iría en contra de lo que dice la Biblia. Más allá del hecho de que su candidatura, por sí misma, contradice su sagrado libro, qué bonito que quisiera seguir sus convicciones a la hora de ser la máxima autoridad del país, ¿no crees? Bueno, pensémoslo un poquito…
¿No debiera un Estado que se autodenomina laico comportarse como tal? ¿No debería éste ser neutral y, bajo ninguna circunstancia, ser “hincha” de un determinado credo o dar preferencia a una creencia por sobre otra?
Yo opino que sí y creo que debería ser un tema de simple sentido común. Sin embargo, en las redes sociales y sitios de noticias existe una discusión recurrente: cuando alguien pide el respeto al Estado Laico, las respuestas más comunes son deprimentes: “los ateos son intolerantes”, “déjanos creer en Dios” o “Chile es un país cristiano”.
Entonces, para ordenar un poco la discusión, decidí hacer una lista explicando el error detrás de las principales críticas que se realizan en contra del Estado Laico. La idea es esclarecer, con peras y manzanas, las principales percepciones erróneas que existen en su contra y por qué toda democracia efectiva debiera abrazar esta institucionalidad, sin importar el credo al cual pertenece la autoridad de turno:
Estado Laico no es “Estado Ateo”:Cuando un ateo o agnóstico llama a respetar la laicidad del Estado, es tratado por los creyentes como si fuera un musulmán tirano, intentando imponer la ley de la Sharia, o como un fanático religioso intentando imponer la “no creencia” a todos. Nada más lejos de la realidad. El Estado Laico – idealmente – no se involucra con ninguna religión y respeta el derecho intrínseco de todo ciudadano de creer lo que se dé la gana, sin importar lo idiota o respetable que sean tales ideas, mientras no afecte la seguridad y derechos de otros.
El Estado no debe juzgar creencias como buenas ni malas ni tampoco promover a ninguna de ellas por sobre otras. Por lo tanto, un “estado ateo” (uno que prohíbe la creencias personales en forma activa) violaría cualquier base de un estado laico, siendo una contradicción en sí mismo.
Chile es un país cristiano: No. No lo es. Es verdad que la gran mayoría del país se declara creyente de las religiones que provienen del Nuevo Testamento (entre otras que comparten el Antiguo), pero eso no hace de Chile un país cristiano. Al ser una democracia, al menos en teoría, Chile no se define como adherente a ninguna religión, sino que abraza y defiende el derecho de cada ciudadano de adherir a cualquier credo (o falta de éste) sin sufrir persecuciones ni discriminaciones, sin importar la popularidad de sus ideas, tal como lo establece el artículo 19 número 6 de la Constitución Política de la República de Chile.
La mayoría de la población se declara cristiana:Como ya dije, esa es la indiscutible verdad. Pero si insisten, entonces seamos un país cristiano. Como personas prácticas que somos, resolvamos inmediatamente los problemas logísticos: ¿Cómo interpretamos la Biblia? ¿Como los católicos? ¿Los baptistas? ¿Luteranos? ¿Testigos de Jehová, quizás? Una solución puede ser realizar un encuentro ecuménico para llegar a un acuerdo y elegir algunos pasajes y establecer puntos que todas las denominaciones cristianas concuerden que son valores bíblicos (aunque sea dudoso que se llegue a cualquier tipo de acuerdo, no es imposible).
Ahora solo falta decidir qué hacer con la creciente población no cristiana del país (no creyentes y miembros de otras religiones). La solución elegante sería decirles la “verdad”: “si no les gusta, váyanse a un país ateo o de la religión de su elección”.
Ahora, el “problemita” que puede surgir con esa solución es que mañana los aconfesionales podemos llegar a ser mayoría y ese puede ser un día un poco incómodo. Bajo esa lógica, Chile debería, de verdad, convertirse en un Estado ateo o, como mínimo, agnóstico
Aprovechando lo hipotético del escenario, pongámonos más fantásticos y digamos que los musulmanes llegan a ser la mayoría de la población en cuestión de pocos años. Bajo ese nuevo status quo, ¿obedecemos entonces todos, musulmanes o no, al Sha que se imponga, celebramos el Ramadán y cubrimos las cabezas de todas las mujeres? ¿Deberían ese día todos los cristianos, en ese instante minoría, abandonar el país? Cualquier cristiano que hoy defienda esta idea de forma consecuente debe simplemente “agachar el moño”.
El presidente es católico: Bien por él. ¿Y? Repitiendo la analogía, si mañana elegimos a un musulmán, ¿deberíamos denominarnos como un país islámico? Sin ir más lejos, la próxima presidenta, Michelle Bachelet, es agnóstica. ¿Debemos entonces declarar oficialmente a Chile como un país agnóstico?
Muchos catalogan de “cuáticos” o “amargados” a quienes critican al presidente por sacar a Dios a colación a cada rato. Por mí, que lo haga libremente en reuniones privadas, en su casa, en su auto o en su oración diaria antes de ir a dormir. Si quiere hacer una fiesta de carácter shamánico que requiere que todos sus invitados entren desnudos y tengan orgías gritando “Aleluya, gloria a Dios” – mientras solo involucre a mayores de edad – está en todo su derecho y, siendo sincero, debo reconocer que hasta mejoraría la imagen que tengo de él.
Sin embargo, cuando hable en público, en carácter de presidente, debe abstenerse de tales menciones. No hablo de crucificarlo porque se le sale un “¡Ay, Dios mío!”. Hablo de aquellas ocasiones donde deliberadamente habla sobre lo que Dios quiere que hagamos, lo que debemos hacer por él o cualquier tipo de mención similar.
“Pero si todas las religiones creen en Dios”, podrás argumentar. Aunque eso no es verdad, pongamos que así fuera (y no lo es). Bajo este escenario, aún tienes que lidiar con el “incómodo detalle” de que los ateos existimos – y somos una creciente porción del país – y merecemos igual respeto que el resto. Eso incluye que tenemos el derecho de vernos libres de cualquier mención religiosa de parte de las autoridades.
Tener feriados y fiestas cristianas no le hacen daño a nadie: Imaginemos el siguiente escenario: el Estado mañana declara que el 2 de febrero será feriado. ¿Cuál es la ocasión? Es el “Día del Chuncho”. Si no te gusta la U, entonces cambiémoslo al 17 de octubre, feriado que celebra el “Día de la Ascensión de la Cato”. ¿Lo encontrarías justo?
Quizás no se aplique, ¿cierto? Al fin y al cabo, ninguno de los dos es el equipo más grande de Chile. Entonces la conclusión es clara: se declara que el 14 de marzo es, oficialmente, el “Día del Albo”. Ahora, supongo, no habrá disensión. Son mayoría, ¿no? Entonces que se pudran aquellos a quienes les gusten equipos chicos, como Unión La Calera o Éverton. No tienen pito que tocar.
Si te parece absurdo, concuerdo contigo. La pregunta ahora es: ¿por qué nadie dice nada cuando el Estado declara que una fiesta de una religión en particular es feriado?
Y si me dices: “igual no vas a trabajar cuando es feriado”, estarás totalmente en lo correcto. Me encantan los feriados, sin importar la razón. Es por eso que no llamo aquí a eliminar los feriados religiosos, sino que llamo a “permutarlos”. Por ejemplo, en vez de celebrar la Ascensión de la Virgen, mejor lo intercambiamos, por ejemplo, por el natalicio de Bernardo O’Higgins, Pablo Neruda o Gabriela Mistral. Si tienes mejores ideas, soy todo oídos.
Es eso o empezamos a celebrar oficialmente el Ramadán y cualquier tipo de festividad judía, hindú, etc. Más feriados son siempre buenas noticias cuando eres empleado… pero ninguna fiesta religiosa, por popular que sea, y aunque sea declarada feriado religioso oficial para todo Chile, justifica que el estado tome partido por esa o por cualquier religión.
En resumen, lo que hay que tener claro es que el Estado Laico es una institución necesaria para la correcta práctica democrática que sigue la voluntad de la mayoría, pero siempre defendiendo a las minorías.
El Estado religioso solo es beneficioso para aquellos que profesan exactamente la fe más popular del momento. En efecto, guiar la redacción de políticas públicas basadas en “libros sagrados” es mala idea para los miembros de cualquier religión.
Una institucionalidad altamente religiosa, tarde o temprano, se excede. Basta ver cuántos estados de Estados Unidos luchan férreamente por sacar la enseñanza de la teoría de la evolución por selección natural de las clases de ciencia de los colegios (con varios casos de éxito), cambiándolos por el diseño inteligente o incluso el creacionismo. No es el caso de Chile aún, pero no me sorprendería una lucha similar si los evangélicos comienzan a organizarse políticamente, como es el caso del parlamento brasilero.
Legislar con la Biblia en la mano (o el Corán o el Talmud, etc.) es siempre una mala idea. Si eres político y religioso, ¡fantástico! Sin embargo, para todos los fines prácticos, cuando llegues al trabajo debes dejar tus creencias en el auto y podrás retomarlas cuando te vayas. Podrás seguir gozando de ellas en tu hora libre de almuerzo, los fines de semana y hasta en esas largas sesiones en el baño. No es una cuestión de forzar la no creencia, sino que entender que, como autoridad, siempre se debe legislar como ciudadano y no como católico, evangélico o ateo.
Aunque a un político le guste Colo Colo, sería absurdo que legislara como hincha de ese equipo. No tiene que abandonar a su equipo ni sus preferencias, solo entender que ese es un tema personal que no puede influenciar su práctica profesional.
La posición religiosa del Estado no se declara según un concurso de popularidad y su neutralidad no lo hace ateo ni agnóstico. Es una institución – no una persona con voluntad e (ir)racionalidad – cuyo deber es proteger la libertad de todos sus ciudadanos y asegurar su derecho a ser parte de cualquiera o ningún tipo de culto, sin tomar partido por cualquiera de las opciones.