En el mes de diciembre contamos con dos celebraciones muy importantes y especiales, que nos demuestran, año tras año, a qué niveles llega la irracionalidad humana. La primera celebración ocurrió la semana pasada y en ella los cristianos conmemoraron el natalicio de su dios, Jesús de Nazaret, hombre que fue declarado divino 298 años después de morir (si es que existió). La segunda celebración ocurrirá dentro de los próximos días —para ser más preciso el 1 de enero— y en ella los supersticiosos tendrán chipe libre para realizar los más insólitos rituales.
Cada 1 de enero se celebra la fiesta de Año Nuevo y mucha gente, seguramente con el fin de fortalecer sus anhelos (de salud, amor y dinero, principalmente), cae en una serie de prácticas de fines positivos pero de ribetes totalmente irracionales. Estas prácticas por lo general se realizan cuando dan las doce de la noche del 31 de diciembre y dentro de las más conocidas están:
– Comer lentejas (para que el nuevo año sea próspero).
– Usar ropa interior amarilla (para conseguir pareja durante el año).
– Dar una vuelta a la manzana del barrio cargando una maleta llena de ropa (para viajar).
– Colocar un anillo dentro la copa de champaña que se está bebiendo (para obtener dinero).
– Abrazar, en primer lugar, a una persona del sexo opuesto (para tener «suerte» en el amor).
– Comer doce uvas y pedir un deseo por cada una que se coma (para que esos deseos se cumplan).
– Barrer, con una escoba, desde la puerta de la casa hacia la calle (para expulsar las «malas vibras» de la casa).
– Llevar un billete en el bolsillo (para tener un año económicamente afortunado).
Este listado podría ser eterno, ya que cada persona puede tener sus propias supersticiones de fin de año, pero para finalizarlo quiero exponerles la que recomienda nuestro charlatán nacional Pedro Engel en el libro que publicó en el año 2006 Almanaque Mágico (libro que me compré por $2.000, en Feria Mix, con el objetivo de saber qué escribía este señor):
Tomamos la botella de champán con la que se ha brindado, una vez la hemos vaciado, o bebido: se reserva el corcho y si hay que «adaptarlo» de nuevo para que encaje bien y la botella quede bien sellada y cerrada de forma hermética, todas las personas que han bebido de ella, escriben en un papel pequeño el deseo personal que más esperan que se cumpla para el próximo año; hay que tener cuidado de que nadie lo lea o nunca nosotros mismos revelarlo (no se cumpliría), todos los papelitos se meten de nuevo en la botella de champán, se sella bien y se dice: «Cada uno de nosotros tendrá el 2007 lo que necesita y anhela; esta botella guarda las esperanzas para que se cumplan a cabalidad».
El año nuevo que viene se rompe la botella y se entierra con los papeles para que se liberen y reciclen, y se hace otra vez el mismo ritual.
(Charlatán o no, no se puede negar que es bien imaginativo el hombre.)
Con esta entrada no quiero decir que no deban realizarse los rituales mencionados —ya que nunca debe dejarse de lado la magia—, pero si que solo deben realizarse para divertirse o como un juego, y no «por si acaso» funcionan. Si fuera por eso, también habría que realizar un montón de otros rituales. Por ejemplo, habría que evitar pisar las rayas de las veredas (hacerlo trae mala suerte) o habría que seguir sacrificando personas, esto con el fin de apaciguar la posible ira de algunos dioses, como el de los nahuas, Tezcatlipoca, dios que enojado es capaz de destruir el Universo. «Por si».