Por Manuel Carvallo
¡Y ahí estaba! Mi puente hecho con cubos de LEGO, estaba finalizado. No era una obra brillante, solamente era un puente largo, el más largo que había construido hasta el momento y era el más largo que podía construir con los cubos con que contaba.
¿Y ahora? ¿Qué se podía hacer? Por supuesto, ¡destruirlo!
Así como con los castillos de arena en la playa, llegaba el momento, extrañamente reconfortarte, de deshacer lo que tomó tiempo realizar…
Pero no fui bruto. Tenía junto a mí pequeños autos de juguete, del tamaño de cajas de fósforos. (Tarde comprendí la relación con la marca Matchbox). Y, obviamente, los puentes son para los autos, así que decidí a ponerlos sobre la estructura, para ver cuánto resistía.
No recuerdo cuantos autos puse hasta que el puente colapsó. Supongamos el valor de 10 autos. Mi puente tenía ese límite, 10 autos, no más. Haber dicho a mis amigos que aguantaba 30, era mentir y tarde o temprano alguien se daría cuenta de lo sospechosa que era esa cifra. En palabras de Richard Feynman, a la naturaleza no se la puede engañar. Mi puente aguantaba 10 autos o su equivalente en gramos.
Desde aquí puede resultar fácil ver la analogía: Nuestras ideas o creencias acerca del mundo son como puentes, que necesitan ser presionadas y colapsadas para saber cuánto resisten. No existen creencias y teorías perfectas, dado que la misma naturaleza de los humanos las hacen muy susceptibles a estar erradas. Si no hay puentes infinitamente robustos, tampoco existen ideas “infinitamente” precisas. ¡Todas deben (y merecen) ser remecidas hasta que caigan! Así sabremos cuan buenas son y qué puntos flojos tienen.
La gente honesta, cuando plantea una hipótesis, le indica a sus pares los puntos flojos de ésta, así como los aspectos relevantes no incluidos en la teoría. Además, con la ayuda de sus colegas, procurará poner a prueba su teoría para ver cuánto resiste. La remecerán hasta que caiga. Se preocupan de contar no solo lo bueno, sino también lo malo de sus prácticas porque saben que esa es la única forma de mejorar. Es la única forma de construir puentes más firmes, teorías más sólidas.
En cambio, los deshonestos son terroristas intelectuales. No solo nos cuentan verdades a medias, sino que ocupan lenguajes rebuscados e intimidatorios, todo oscuro para que la gente tema su falsa autoridad. ¡Cuándo han visto ustedes a una tarotista publicar la tasa de aciertos y desaciertos en sus predicciones! ¡Cuándo han visto ustedes a un cardenal publicar las veces que ha equivocado en sus juicios morales! Pues nunca lo verán, porque no les interesa la integridad, no les interesa la verdad, no les interesa explicar el mundo a la gente de forma clara. Sólo se ocupan de condenar y de presagiar un mal augurio para quienes no crean en sus sagradas palabras.
Amigos, no se dejen engañar. Pídanle a su homeópata los estudios que avalan su campo, así como aquellos que contradigan sus postulados. Pídanle al astrólogo que indique su tasa de errores cada 100 predicciones. Espero que, así como yo, se lleven una grata sorpresa.
Manuel Carvallo |