Para mí, por sobre la libertad que tiene uno como papá de enseñarle una religión a sus hijos, ya sea a través de uno mismo o a través de otros —como del colegio, por ejemplo—, está la libertad que tienen los niños de elegir su propia religión (si es que deciden elegir una). Este simple hecho de respeto hacia la libertad de culto de los demás, en este caso hacia la de los niños, para mi es “sagrado”, tal como lo es para mi el respeto hacia cualquier otra forma de libertad personal (de conciencia, de expresión e información, de petición, etc.). Así, en cuanto a este derecho —la libertad de culto—, solo existe una manera de no vulnerarlo: el niño debe ser educado en forma laica, o sea, independiente de cualquier religión.
Sin embargo, estoy constantemente observando que en la sociedad chilena se le falta el respeto a los niños y que quienes lo hacen no se dan cuenta de ello. Esto, según yo, porque se cree —erróneamente— que la libertad de culto significa que existe libertad para inculcar creencias e ideas en los demás y no que los demás tengan la libertad de elegir sus propias creencias e ideas, lo que se logra solo teniendo los conocimientos y herramientas adecuadas. ¿Y cómo se logra esto? Por ejemplo, conociendo la historia de las religiones y aprendiendo a usar el escepticismo (obvio).
De la creencia errónea anterior, hay instituciones que han sacado bastante provecho, como la Iglesia católica, que tiene toda la libertad del mundo para meterse en la educación de los niños. En el fondo, entiendo que suceda esto, básicamente, porque los padres de estos niños tienen las mismas creencias religiosas que las inculcadas por esa institución, pero no lo comparto y creo completamente necesario cambiarlo. Es un círculo vicioso de nunca acabar: las creencias religiosas se van traspasando de generación tras generación. Pero lo que no entiendo —ni tolero— es que una persona atea contribuya con este círculo.
De los pocos ateos que conozco, varios dicen que no tendrían problemas en hacer pasar a sus hijos por ritos religiosos tan primitivos como el bautismo cristiano o de apuntarlos en colegios que cuenten en sus mallas curriculares con ramos tan proselitistas y parciales como “Religión”, por “la excelencia académica que estos entregan” dicen. Total, alegan, ellos también pasaron por colegios católicos y, al final de cuentas, terminaron siendo ateos… ¡Cuek! Aquí nos encontramos ante un ateo bien poco escéptico. ¿Basar una decisión así en una experiencia personal? ¡¿Y más encima en una?! Como lo explicaba en mi artículo anterior “Por qué no soy ateo”, a diferencia del ateo, el escéptico duda, se hace preguntas e investiga. ¿Cuánta seguridad tiene ese padre ateo de que sus hijos, a pesar de asistir a uno de los más importantes focos de infección de la fe —los colegios religiosos—, repetirán los mismos patrones suyos y no terminarán siendo indoctrinados? ¿Hay estudios serios que avalen esa creencia?
Bueno, en todo caso, yo no tengo que hacerme esas preguntas: simplemente, para mí, es mucho más importante que no se vulneren los derechos de los niños y, por eso, tengo muy claro qué colegios descartar a la primera cuando se los busque a mis hijos.