El Elogio al clero homofóbico y natalista

por | 7 octubre, 2011
«Extracción de la piedra de la locura»,
El Bosco

Corriendo pleno siglo XXI, nuestro Estado presuntamente secular es gobernado cual convento por la secta integrista católica del Opus Dei, apoyados «moralmente» por pregoneros evangélicos, vetando políticas de salud pública y entrampando proyectos de derecho civil al capricho de supersticiones pastoriles previas a la Edad del Bronce.

El reconociblemente escéptico Erasmo de Rotterdam ya retrataba allá por 1509 en su «Elogio a la Locura«, aquella común idiosincracia hasta hoy reconocible en el concubinato incestuoso entre el poder político y la disvarianza clerical. Quién mejor que La Locura para explicitar los alcances de tal inmundicia: el lucro de los clérigos y de los gobernantes que convenientemente les adoran, instrumentalizándose mutuamente mientras se aprovechan de la credulidad de su pueblo.

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Cabe dudar de cuánto ha cambiado la religión cristiana y la predisposición crédula de su grey en estos cinco siglos pues, a pesar de que hoy las personas no tienen exactamente las mismas supersticiones que en los tiempos de Rotterdam, contingentemente, el grueso de la superstición cristiana sí se mantiene… así como la inmiscuyencia de la(s) Iglesia(s) en el Estado secular también continúa:

Capítulo XL

Queda otro estilo de hombres el cual, sin duda alguna, pertenece por entero a nuestra grey. Se complace en escuchar o explicar falsos milagros y prodigios y nunca se cansa, por maravillosas que sean, de recordar fábulas de espectros, duendes, larvas, seres infernales y otros mil portentos semejantes, los cuales cuanto más se apartan de la verdad, con tanto mayor placer son creídos y hacen titilar los oídos con afán más deleitoso. Y ello no lo emprenden solamente para matar el tedio de las horas, sino también a fin de ganar lucro, singularmente para los sacerdotes y los predicadores. Parientes suyos son quienes profesan la necia, pero agradable persuasión de que si ven una talla o una pintura de San Cristóbal, esa especie de Polifemo, ya no se morirán aquel día, o que si saludan con determinadas palabras a una imagen de Santa Bárbara, volverán ilesos de la guerra, o que si visitan a San Erasmo en ciertos días, con ciertos cirios y ciertas oracioncillas, se verán ricos en breve.

De la misma manera que en San Jorge han encontrado a otro Hércules, lo propio han hecho con San Hipólito, cuyo caballo casi llegan a adorar, teniéndolo devotamente adornado con jaeces y gualdrapas. A menudo se concitan los favores del santo con alguna ofrendilla y tienen por digno de reyes el jurar por su casco de bronce.

¿Y qué diré de estos que se ilusionan halagadoramente con fingidas compensaciones de los pecados y, por encima de todo error, miden, como con una clepsidra, los tiempos del Purgatorio, los siglos, los años, los meses, los días y las horas, a modo de una tabla matemática? de aquellos que, valiéndose de ciertos signos y ensalmos que algún piadoso inventor ideó para bien de las almas o para su propio lucro, se lo prometen confiadamente todo, riquezas, honores, placeres, harturas, salud y perpetuamente próspera, vida longeva, lozana vejez y, en fin, la estrecha vecindad con Cristo en los cielos, cosa la última que no quieren que ocurra sino lo más tarde posible, es decir, cuando emigran a su pesar de los placeres de esta vida, a los que se aferran con los dientes: entonces es cuando quieren sustituirlos por las delicias celestiales.

A este lugar correspondela especie de negociantes, de militares o de jueces que, por haber apartado una vez de tantas rapiñas una menuda ofrenda, creen ya purificada la hidra de su conducta y redimidos como por contrato tanto perjurio, tanta libidinosidad, tanta embriaguez, tanta riña, tanto crimen, impostura, perfidia y traición, y redimidos de suerte que les es lícito reanudar de arriba abajo todo un mundo de delitos.

¿Quiénes, empero, más necios ni más felices que estos que, por recitar diariamente aquellos siete versículos de los Sagrados Salmos, se prometen aún más que la suprema felicidad? Se cree, por cierto, que estos versículos mágicos le fueron indicados a San Bernardo por cierto demonio bromista, pero más frívolo que astuto, como que el pobre salió mañosamente trasquilado.

Estas cosas tan estultas, que casi a mí misma me avergüenzan, son, sin embargo, aprobadas no sólo por el vulgo, sino también por los que declaran la religión. ¿Pues qué? A lo mismo corresponde el que cada región reivindique algún santo peculiar y que cada uno posea cierta singularidad y se le tribute culto especial, de suerte que éste auxilia en el dolor de muelas, aquél socorre diestro a las parturientas, el otro restituye las cosas robadas, el otro socorre benigno en los naufragios, estotro preserva a los ganados, y así sucesivamente, pues detallarlos todos sería latísimo. Los hay que valen para varias cosas, sobre todo la Virgen Madre de Dios, a la que el vulgo casi tiene más veneración que a su Hijo.

La Locura