Fue curioso que la AECH recibiera repentinamente y por varias fuentes la consulta de “nuestra opinión escéptica” acerca de un documento titulado “Una demostración científica de la existencia de dios”, de William S. Hatcher.
Al examinar el documento se ve una buena oportunidad de ejercitar el pensamiento racional, escéptico y científico, y lo segundo, es relevante porque la efervescencia acerca del documento tiene una explicación bastante curiosa.
La génesis de esta efervescencia al parecer partió por
un comentario en Twitter del conocido periodista Fernando Paulsen, quien dijo:
¿Se interesa en la discusión racional sobre la existencia de dios? Esto es de lo más inteligente que he leído: db.tt/iDb7KSUB
Como Fernando Paulsen tiene un prestigio bien ganado de ser una persona analítica, racional y profunda en sus razonamientos, como él afirmó que este trabajo discute racionalmente la existencia de dios como “lo más inteligente que ha leído”, sin duda que acaparó muchísima atención en sus seguidores y gente que lo conoce, y cosa curiosa, al parecer usando como base el prestigio de Paulsen, muchos asumieron como cierto que tal documento es una demostración científica de la existencia de dios.
Después de leerlo, la lamentable noticia para Fernando Paulsen, sus seguidores y para cualquiera que crea que tal documento es una demostración científica de la existencia de Dios, es que no es ni una demostración, ni es científica.
En este artículo analizaré puntos clave de las afirmaciones del documento de William S. Hatcher, y mostraré como cae en afirmaciones científicamente incorrectas, usa lógicas falaces, y por lo tanto lo invalidan de ser la verdadera demostración que pretende.
“A Scientific Proof of the Existence of God”
El documento al que Fernando Paulsen hace mención es la traducción de un artículo de William S. Hatcher titulado “A Scientific Proof of the Existence of God”. Este artículo apareció publicado por una revista de la organización religiosa Bahá’í originalmente en idioma ruso en 1992, y luego su traducción al inglés
fue publicada en 1994.
El trabajo de Hatcher menciona como la fuente original del argumento al profeta y fundador de
la religión Bahá´i: ‘Abdu’l-Bahá , quien en 1921 lo planteó en su correspondencia con el científico suizo Auguste Forel. El autor del documento, William S. Hatcher plantea que él se limita a traducir el argumento a un lenguaje científico moderno.
La versión TL;DR del argumento es:
- Existen fuerzas físicas que son invisibles.
- La actuación de fuerzas invisible en la realidad hace que ésta sea en principio aleatoria.
- La segunda ley de la termodinámica resuelve la aleatoriedad, llevando siempre los sistemas del orden al desorden en una dirección concreta, más probable. Luego el orden es “improbable”. En cambio el orden requiere o de energía o de la actuación de algún agente.
- La vida es un fenómeno de orden que va en contra de la segunda ley de la termodinámica. En particular los seres humanos somos el objeto más ordenado y más complejo del universo.
- Los seres humanos aparecimos producto de la evolución de seres primitivos más simples.
- La evolución involucra ir del desorden al orden, lo que es improbable (premisa 3), por lo tanto tiene que haber una “fuerza” que lleva a los organismos a evolucionar, fuerza que no es conocida por la ciencia por ser invisible (premisa 1).
- POR LO TANTO: la ciencia “demuestra” en base al hecho de nuestra existencia que somos producto de la evolución (premisas 4, 5 y 6) movida por una fuerza invisible (premisa 1), no aleatoria pues va en contra de la 2da. ley de la termodinámica (premisas 2 y 3). A esta fuerza la llamamos Dios.
- POR LO TANTO: Dios existe, demostrado por criterios científicos.
El argumento pareciera tener sustento, parece ser coherente, racional y usa la ciencia, su lenguaje y sus resultados como medios de prueba. Pero la conclusión es inválida.
Para entender porqué, a continuación se analizan textos claves de la demostración, y se muestra en que fallan científica y lógicamente.
Análisis del documento
El documento empieza explicando que es el método científico en líneas generales en forma bastante correcta. Por ejemplo afirma de las teorías científicas que:
“el valor de verdad de una afirmación teórica de la ciencia es también relativo, pues incluso aunque todas las predicciones actuales de una teoría se vean confirmadas por la observación, nada excluye la posibilidad de que en el futuro nuevas predicciones demuestren ser falsas. Existe también la posibilidad de que experimentos de nueva elaboración lleven a demostrar en el futuro la falsedad de predicciones actuales que, sobre la base de la experiencia actual, parecen justificadas” (página 3)
“[…] independientemente del número de predicciones de la teoría que hayan sido confirmadas por la observación, siempre queda la posibilidad de que en el futuro se demuestre la falsedad de la teoría como resultado de nuevas predicciones que contradicen las evidencias conocidas o de nuevas evidencias que contradicen predicciones conocidas.” (página 3)
“De estas consideraciones se sigue de manera incontrovertible que ninguna de las verdades de la ciencia puede llegar a considerarse como absolutamente demostrada. Simplemente, la noción de prueba absoluta no forma parte de la ciencia. La extendida creencia de que la característica esencial de la verdad científica es la de ser absoluta y exacta (en supuesto contraste con la relatividad e imprecisión de la verdad en filosofía o religión) es una idea falsa” (página 3).
Todas esas afirmaciones son concordantes con la opinión de que en ciencias todas las teorías y conocimientos son aceptados “provisionalmente” como ciertos en base a la mejor evidencia disponible, pero siempre bajo el supuesto de que puede aparecer nueva evidencia que contradiga nuestras mejores teorías científicas, y que requieran ser cambiadas por nuevas teorías mejores que las antiguas.
En base a ese análisis de cómo opera la ciencia, Hatcher concluye la sección afirmando que:
“podemos saber que Dios existe con el mismo grado de certeza que sabemos que existen la fuerza nuclear fuerte o los electrones. Habiendo analizado estas cuestiones metodológicas, comenzamos ahora la demostración propiamente dicha.” (página 4).
Realidad visible e invisible
Hatcher inicia la sección titulada “Realidad visible e invisible” y de inmediato hay problemas. Hatcher afirma:
“Comencemos con un ejemplo muy sencillo. Supongamos que cogemos un objeto pequeño, como un lápiz, entre el pulgar y el índice y luego lo soltamos. Observamos que cae al suelo y decimos que la fuerza de la gravedad le hace caer. Pero miremos de nuevo. En realidad, ¿vemos alguna fuerza que impulse al lápiz hacia abajo, algo que le empuje o tire de él? Evidentemente, no. No observamos la fuerza de la gravedad en absoluto. Por el contrario, deducimos la existencia de alguna fuerza invisible (llamada gravedad) que actúa sobre objetos que no tienen apoyo, a fin de explicar el de otro modo inexplicable movimiento hacia abajo”.
Lo que Hatcher no comenta y parece no entender es que no es posible “ver” una fuerza de ningún tipo. Las fuerzas no se observan como un ente físico, sino que sabemos de su presencia y de su accionar por sus efectos sobre la realidad. Luego cuando Hatcher dice que “no observamos la fuerza de la gravedad en lo absoluto” en realidad está confundiendo al lector. Ninguna fuerza es observable, sólo su efecto lo es.
Para entender esto, hay que entender las leyes de Newton, ya que él postuló claramente en su segunda ley de movimiento la famosa formula:
F = m*a
La cual expresa que si hay un una fuerza vectorial neta “F” (sumatoria de todas las fuerzas) aplicada sobre un objeto con masa “m”, necesariamente ese objeto deberá tener una aceleración vectorial “a” equivalente a F/m.
Dicho de otro modo: si hay una fuerza neta real de cualquier tipo actuando sobre un objeto con masa, dicho cuerpo experimentará aceleración, es decir, modificará su rapidez de movimiento y/o su trayectoria.
Y usando la 2da. Ley de Newton podemos entender que pasa en el caso contrario: Si observamos que un objeto se encuentra perfectamente estático (velocidad igual a cero) o bien si se mueve con velocidad perfectamente constante (rapidez y dirección sin cambios), podemos asumir que la fuerza neta actuando sobre el objeto es cero.
Entender la segunda ley de Newton es clave, porque si se la entiende es posible entender que la forma en que percibimos que una fuerza está actuando sobre un cuerpo es cuando percibimos que existe una aceleración sobre tal cuerpo, deformación (como en el caso de los resortes o cuerpos elásticos), tensión o cualquier otra reacción de ese cuerpo a la fuerza a la que es sometido. Pero en cualquier caso nunca “vemos” a la fuerza en sí.
Por ejemplo: suponga que una persona se pone en posición de empujar un carro que se encuentra detenido en una superficie horizontal, y que sabemos que el carro no está frenado y es fácil de mover ¿Cómo podemos saber si la persona está ejerciendo una fuerza sobre el carro? Sencillamente observando el movimiento del carro. Mientras el carro permanezca estático, sabemos que la persona no ha hecho ninguna fuerza sobre él. Pero en el instante en que veamos que el carro comience a moverse (y sufra aceleración al cambiar su velocidad desde cero a un valor diferente de cero) necesariamente sabremos que la persona aplicó una fuerza sobre el carro. Pero Ud. ni nadie puede ver esa fuerza. Lo que hacemos es observar el cambio de movimiento en el cuerpo. De hecho, la persona podría perfectamente haber estado oculta de su vista, y de todas formas cuando el carro comenzara a moverse Ud. podría afirmar que no hay otra explicación física sino que el carro está sometido a una fuerza neta, pues está acelerando ¿Vio alguna fuerza? Ninguna, pero observó una aceleración, por lo tanto la ciencia y la física explican que hay una fuerza actuando.
Luego el que Hatcher presente a la fuerza de gravedad como “una fuerza invisible” es absolutamente irrelevante desde el punto de vista físico, pues ninguna fuerza es visible; solamente los efectos de la fuerza son visibles.
El solo hecho de poder observar un objeto caer (pasar de velocidad cero en su mano a moverse acelerando hacia el suelo) es una muestra absolutamente evidente de la acción de una fuerza, de la misma manera que en el ejemplo vemos al carro acelerar y sabemos que hay una fuerza involucrada. El uso de la palabra “invisible” aquí es clave para el argumento de Hatcher para distraer y confundir al lector: ninguna fuerza es “visible” de por sí, así que decir que una fuerza es invisibles es irrelevante desde el punto de vista científico y lógico (todas las fuerzas lo son).
Hatcher continúa:
“[…] miremos una vez más con cuidado a la disposición inicial del lápiz y hagámonos la siguiente pregunta: En el momento en que soltamos el lápiz, ¿qué direcciones lógicamente (físicamente) posibles puede tomar el lápiz, basándonos exclusivamente en lo que podemos observar en esa disposición? La respuesta, obviamente, es que cualquier dirección es lógicamente posible. Nada que podamos observar físicamente impide que el lápiz siga cualquier dirección, y tampoco podemos observar nosotros nada que parezca favorecer a una dirección más que a las otras. Y, sin embargo, lo que efectivamente observamos es que una de las direcciones (hacia abajo) se ve privilegiada, pues por muchas veces que repitamos el sencillo experimento de soltar el lápiz, siempre toma la dirección hacia abajo. Por lo tanto, lo que observamos de hecho es una persistente y significativa desviación del azar (casualidad).” (página 4).
Aquí Hatcher ignora completamente la primera ley de movimiento de Newton. La primera ley de Newton establece que:
“Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas impresas sobre él”
Es decir, un cuerpo sólo cambiará su estado de movimiento si está sometido a una fuerza.
Si observamos la disposición inicial del lápiz, detenido en nuestra mano, ¿Qué direcciones posibles puede tomar ese lápiz si lo soltamos? Si supiéramos de antemano que no habrá ninguna fuerza neta que será aplicada sobre el lápiz al momento de soltarlo, la respuesta físicamente correcta será: ninguna dirección; Por la primera ley de “inercia” de Newton el lápiz seguiría perfectamente estático donde lo dejamos, manteniendo su estado de reposo.
En cambio si soltamos el lápiz y este pasa de estar detenido a comenzar a moverse en “cualquier” dirección (acelerar), de acuerdo a la primera ley de Newton la conclusión es que el lápiz está sometido a una fuerza aplicada en la dirección del cambio de movimiento (segunda ley de Newton), ya que las fuerzas son vectoriales (se aplican y ejercen su efecto en una dirección específica).
Por ello cuando Hatcher afirma que “Nada que podamos observar físicamente impide que el lápiz siga cualquier dirección” está diciendo un sinsentido, pues las cosas no se mueven porque se deje de “impedirles moverse”, sino porque alguna fuerza los hace moverse (cambiar su velocidad). Y de hecho si nada (ninguna fuerza) está actuando sobre un cuerpo detenido, lo que físicamente se espera observar es que nada ocurra sobre él, y no comenzará a moverse en ninguna dirección en particular.
Además cuando Hatcher afirma que “lo que observamos de hecho es una persistente y significativa desviación del azar (casualidad)” es otra afirmación absurda, pues las cosas no pasan de estar detenidas a moverse “por azar” sino por la aplicación de una fuerza (1ra y 2da ley de Newton). Si vemos que un objeto consistentemente se mueve una y otra vez acelerando en la misma dirección, la única explicación posible es que hay una fuerza aplicada sobre el cuerpo que aplicada siempre en la misma dirección. No hay nada de azar en esa observación.
Pero Hatcher intenta justificar la “falta de azar” de la fuerza de gravedad como algo digno de mención, indica:
“Este ejemplo relativo a la gravedad ilustra un principio general del método científico: Siempre que nos encontramos un fenómeno observable que, sin razón perceptible, muestra una persistente desviación del azar, nos consideramos justificados lógicamente al afirmar que la conducta no aleatoria observada es debida a la acción de alguna fuerza o entidad no observada” (página 4, 5).
Esa afirmación es incorrecta: La ciencia no usa como parte del método científico el asumir que “una entidad no observada” sea una explicación para un fenómeno científico. Asumir la presencia de una entidad es algo que viola el concepto de parsimonía conocido como la
“Navaja de Ockham”, pues el introducir una “entidad” como origen o motivo de una explicación de un fenómeno natural es más complejo y requiere más explicaciones que el asumir que la causa es natural y explicada sólo en términos de fenómenos físicos conocidos o por conocer. Luego la ciencia NO justifica el utilizar gratuitamente a “entidades” como la explicación de un fenómeno al margen de si sea aleatorio o no sólo porque sí. Sólo podría hacerlo si hubiera pruebas adicionales de la existencia de tal entidad, pero no solo por decir que la hay.
A continuación Hatcher coloca en boca de un escéptico las siguientes palabras:
“Desde el punto de vista lógico, es posible (aunque, desde luego, altamente inverosímil) que todos los casos observados de acción de la gravedad, desde el comienzo de la historia registrada hasta el momento presente, no sean sino una increíble coincidencia. Un escéptico (un «antigravitero») podría decir: «Comprendo que crean que la gravedad existe, pero yo prefiero creer que no hay tal fuerza invisible.» Es posible que el escéptico diga que mañana nos vamos a despertar y nos vamos a encontrar un mundo en un caos y desorden totales, con objetos que no tienen apoyo volando en todas direcciones, y que entonces nos daremos cuenta de que todo lo que hemos experimentado durante miles de años ha sido simplemente una serie de muy notables coincidencias.”
Tal vez es este párrafo el que hizo que mucha gente contactara a la AECH para consultar “nuestra opinión” como “antigraviteros”, para saber porque osamos en negar la fuerza de gravedad.
Pero, lo que Hatcher plantea es absurdo: Un escéptico podría dudar (definición de escepticismo) de la existencia de la gravedad, pero el paso obvio para un escéptico es buscar la evidencia de la existencia de ella para resolver tal duda, y dado que la gravedad es algo que todos experimentamos, sería estúpido negar la evidencia diaria que tenemos de la gravedad.
Por eso decir que un escéptico simplemente “prefiere creer que la gravedad no existe” sin contar con siquiera UN ejemplo de su no existencia, y sobre la marcha negar las toneladas de ejemplos a favor de la existencia de la gravedad, sería de una estupidez soberana, y si Hatcher cree que un escéptico racional puede caer en tal actitud negacionista, es que Hatcher no entiende lo que significa pensar racionalmente, y simplemente intenta caricaturizar una posición escéptica.
Hatcher luego comienza a torcer su argumento para convencernos de la importancia de las cosas “invisibles”:
“Volviendo ahora a nuestro ejemplo de la caída hacia abajo de objetos que no tienen donde apoyarse, observemos que hemos mostrado mucho más que la simple existencia de fuerzas o entidades invisibles o no observables. Hemos mostrado que hay muchos casos de conductas observables que no se pueden explicar de una manera observable. Dicho con un lenguaje más filosófico: hemos mostrado que el mundo visible no es autosuficiente, que no contiene una «razón suficiente» de sí mismo: los fenómenos de la realidad visible son producidos por (o surgen de) la realidad invisible” (página 5)
Este párrafo es crucial. A través de los ejemplos dados Hatcher intenta mostrar que hay “conductas observables” (la caída de un lápiz) que no se pueden explicar de una manera observable (una gravedad “invisible”). Eso es completamente erróneo. Y por todo lo explicado anteriormente, es un hecho que Hatcher no ha mostrado que haya casos de “conductas observables” que sean inexplicables “de manera observable”. Hatcher intenta hacer creer que ciertas “entidades invisibles” o “realidades invisibles” son algo real en base a la realidad de fuerzas “invisibles” que simplemente no son tales.
Hatcher continúa:
“[…] la visión de la realidad física que surge de la física moderna (en especial, de la teoría cuántica) [muestra que] los macroobjetos de la realidad visible que percibimos consisten en millones de millones de millones de pequeños paquetes de energía denominados partículas elementales en estado de equilibrio relativo pero temporal y en continuo movimiento. Estas partículas tienen su origen en la realidad invisible (pura energía), y cuando su estado de equilibrio es destruido, vuelven a la realidad invisible.”
Nuevamente Hatcher intenta introducir un concepto de “invisibilidad” y “realidad invisible” que no es tal. El fenómeno de partículas elementales que son “paquetes de energía” y que si son destruidos pueden volver a ser “pura energía” es más una aplicación de la teoría de la relatividad de Einstein que la mecánica cuántica. En particular la famosa ecuación de Einstein que indica que:
De acuerdo a esa ecuación, la materia con masa “m” puede transformarse en su equivalente en energía E con un factor de conversión c2 que es la velocidad de la luz al cuadrado.
El problema para Hatcher es que la humanidad ya conoce bien esa ecuación: es la que rige las bombas atómicas y los reactores de fisión nuclear. Cuando la masa de núcleos radiactivos pesados se “pierde” al dividirse en dos núcleos más livianos (la suma de la masa de los dos núcleos resultantes es menor que la masa del núcleo pesado original) hace que la diferencia de masa se transforma en energía de acuerdo a la ecuación anterior. Pero esa energía ¿Es invisible? Absolutamente NO, pues tiene efectos observables.
Cuando la masa de transforma en energía (como en una reacción atómica de fusión, fisión o en la aniquilación de partículas con su antipartícula) tal energía se libera como fotones altamente energéticos, por ejemplo de rayos Gamma. Esos fotones energéticos no sólo son reales, sino que además medibles, y su energía puede ser absorbida por la materia circundante y transformarse en calor, o pueden ser medidos con detectores de rayos Gamma, como se hace en las colisiones de de partículas en los aceleradores de partículas modernos. Decir que tal energía pura es “invisible” es un error del tamaño de una catedral.
Por lo tanto, la “realidad de la energía pura” a la que hace alusión Hatcher es cualquier cosa menos que invisible. Nuevamente Hatcher intenta torcer la física y la ciencia para hacer un punto que no es válido.
De lo visto hasta ahora, vemos como Hatcher intenta hacer creer al lector que la ciencia y la física están rodeadas de fenómenos invisibles que justifican o dan pie para la existencia de “realidades invisibles”. Pero si se observa con cuidado los ejemplos que se plantean, se ve claramente que no hay tal “invisibilidad”, ni con los ejemplos se aporta evidencia científicamente válida de la existencia de alguna realidad “invisible”.
Fenómenos aleatorios y no aleatorios en la ciencia
Hatcher inicia esta sección afirmando que:
“En el análisis que acabamos de hacer hemos establecido el siguiente principio metodológico de la ciencia: Siempre que cualquier fenómeno muestra una desviación observable, persistente y significativa respecto de una conducta aleatoria sin una causa perceptible, entonces está justificado que lleguemos a la conclusión de que existe una fuerza o entidad invisible que es la causa del fenómeno” (página 6)
Pero de lo analizado sabemos que no existe la aleatoriedad como la presenta Hatcher, ni se demuestran entidades invisibles que causen fenómenos.
Hatcher plantea:
“[Es necesario que] nos preguntemos si hay algún principio de la ciencia que pueda decirnos lo que es probable y lo que es improbable. Las configuraciones o fenómenos probables son aquellos que tienen más probabilidades de ser aleatorios; mientras que hay más probabilidades de que las configuraciones improbables sean el resultado de la acción de alguna fuerza invisible (cuando no hay una causa observable, por supuesto). De hecho, tal principio existe. Es la segunda ley de la termodinámica”
Es claro que para Hatcher y el argumento, la invisibilidad y las “fuerzas invisibles” permean cada explicación que hace.
Hatcher luego se dedica a explicar en las páginas 6, 7 y parte de la 8 la segunda ley de la termodinámica y la entropía. En general estas explicaciones son correctas, pero son solo una herramienta para justificar el argumento que hace en la siguiente sección.
Dios existe
Hatcher inicia esta sección (página 8) explicando que el máximo ejemplo de orden de universo somos los seres humanos. Además de lo que afirma, no presenta ninguna evidencia científica válida que apoye tal afirmación.
Hatcher, sobre este supuesto completamente antropocéntrico del ser humano afirma que:
“Ya podemos sacar una primera conclusión: Puesto que el ser humano es la estructura más ordenada del universo observable conocido, es el más improbable de todos los sistemas físicos y, por lo tanto, el que menos probabilidades tiene de haber sido producido por un proceso aleatorio. Así que echemos una ojeada al proceso que dio lugar al ser humano, el proceso que nosotros denominamos evolución”
Acá hay dos cosas que mencionar. Hatcher presume que el ser humano no pudo ser producido por un proceso aleatorio. Y efectivamente ese proceso fue la evolución, que no es aleatoria. Volveremos a esto pronto.
Hatcher hace un recuento de la teoría de la evolución, explicando que a partir de la vida simple de hace millones de años fueron evolucionando progresivamente criaturas más complejas. Explica las fechas y los tiempos (páginas 8 y 9), pero hay algo que nunca menciona. Y es el mecanismo por el cual se produjo la evolución, que fue el gran postulado de Charles Darwin: La evolución de las especies se produjo por selección natural, un proceso que la ciencia actual postula como no aleatorio.
Luego Hatcher afirma que:
“Por consiguiente, la evolución es claramente un ejemplo de un proceso que muestra una desviación significativa y persistente del azar. En un marco temporal concreto y limitado, se produjo un desplazamiento persistente y recurrente desde configuraciones más probables hacia otras menos probables. Por lo tanto, es acientífico e irracional atribuir este proceso a la casualidad. De hecho, solamente la transición de una especie a la siguiente, si se dejara al azar, podría llevar aproximadamente la duración de la propia Tierra, y para explicar todo el proceso evolutivo tendríamos que multiplicar esta cifra por 1.000, dando como resultado una cifra mucho mayor que la duración estimada del universo entero (desde el «principio» hasta el presente).” (página 9)
La evolución efectivamente no es producto del azar. Las mutaciones genéticas demostradamente ocurren en forma aleatoria, pero las mutaciones beneficiosas que son traspasadas a las siguientes generaciones (heredadas) son seleccionadas naturalmente, pues le dan ventajas adaptativas al ser que las posee, lo que le permite mayor sobrevivencia. Por ello la evolución no ocurre por azar, porque la selección natural no opera por azar.
Luego Hatcher llega a su gran conclusión:
“A la vista de estas consideraciones, tenemos derecho, desde el punto de vista científico (a ello nos obliga incluso la lógica de la metodología científica), a extraer la conclusión de que el proceso de la evolución es consecuencia de la acción de alguna fuerza no observable. En particular, nosotros los seres humanos somos el «producto final» de la evolución y, consiguientemente, debemos nuestra existencia a esta fuerza.”
Esta conclusión es completamente equivocada. La evolución no se debe a “alguna fuerza no observable” no identificada. La teoría de la evolución por selección natural postulada por Darwin en 1859 planteó desde su publicación que el motor de la evolución de las especies ES la selección natural. Después de 150 años de investigación la ciencia lo ha confirmado al punto de que se puede afirmar que la evolución “por selección natural” no es una teoría, sino un hecho.
La selección natural consiste en que la evolución de las especies ocurre por el efecto acumulativo de mutaciones pequeñas y aleatorias, ninguna tan improbable, en el transcurso de millares de generaciones y años. Cada cambio puede ser favorable o desfavorable para el organismo, pero es la selección natural la que permite que se vaya acumulando complejidad gradualmente, manteniendo las mutaciones benéficas y excluyendo las perjudiciales, esculpiendo la adaptación de los organismos. También tiene que entenderse que la selección natural es un proceso no dirigido, ciego, sin consciencia ni objetivos. Entendido esto, es falaz asombrarse por la efectivamente bajísima probabilidad de la aparición espontánea de un organismo complejo, pues la probabilidad del organismo complejo no es el simple producto de las probabilidades de las mutaciones como si fuesen independientes, sino que son acumulaciones de probabilidades marginales sobre mutaciones anteriormente ya seleccionadas.
Se podría argumentar que aún considerando la selección natural, de todas formas es improbable que la evolución permita que un ser complejo llegue a ocurrir. Uno puede calcular que la probabilidad es bajísima, tan baja como esperar comprar un boleto de LOTO y esperar ganar inmediatamente. De hecho uno puede jugar LOTO toda la vida y jamás ganar. Pero sin embargo todas las semanas hay un ganador de LOTO, porque aún con una probabilidad baja, con miles de personas jugándolo todo el tiempo, siempre alguien gana. En el caso de la evolución, cada ser vivo es un participante en la lotería de las mutaciones, y puede ser el “ganador” de la mutación afortunada. Si a eso le sumamos los miles o millones de individuos “jugando” esta lotería evolutiva segundo a segundo, semana a semana, toda su vida, por generaciones, durante miles y millones de años, el que la acumulación de mutaciones haga que se creen nuevas especies no es una probabilidad, sino un hecho, y para todo esto no se requiere ninguna entidad o fuerza consciente pero desconocida que tenga que dirigir o forzar el proceso.
Como los seres humanos somos pésimos estimadores intuitivos de probabilidades, no es sorpresa que tengamos la ilusión de diseño al observar otros organismos complejos mientras se obvia convenientemente su deriva evolutiva filogenética.
Además Hatcher cae en su conclusión en una falacia de ambigüedad: durante todo el documento el discutió el tema de las fuerzas físicas, en el sentido de las fuerzas vectoriales como la gravedad, pero a la hora de explicar el fenómeno de la evolución, el adjudica a la causa del proceso a “esta fuerza”. Pero cuando habla de la evolución producida por una fuerza, ya no se habla de fuerza en el sentido físico sino en el sentido de proceso. Está usando la misma palabra “fuerza” con sentidos completamente diferentes.
Para justificar esa “fuerza” misteriosa, Hatcher se niega a llamar a la evolución por su nombre completo: “evolución por selección natural”. Gracias a esa táctica deshonesta él puede afirmar que:
“Parece razonable llamar «Dios» a esta fuerza, pero a quien le incomode ese nombre puede denominarle simplemente «la fuerza evolutiva» (o, más precisamente, «la fuerza que produjo la evolución y dio lugar con ella al ser humano»). Por otra parte, es muy razonable suponer que la fuerza de la evolución sea diferente a todas las demás fuerzas que la ciencia ha descubierto o sobre las que ha teorizado hasta ahora, porque, de acuerdo a nuestros conocimientos actuales, ninguna otra fuerza podría haber dado origen al fenómeno de la evolución.”
No, no es razonable llamar Dios a la selección natural. Esa “fuerza” que habla Hatcher es completamente conocida, y fue propuesta por Darwin en su libro “El origen de las especies” en 1859 y se llama selección natural, y la ciencia ha probado y demostrado que es la selección natural la que explica la evolución de las especies, así que alegar que “de acuerdo a nuestros conocimientos actuales, ninguna otra fuerza podría haber dado origen al fenómeno de la evolución” es total y completamente FALSO.
Por lo tanto, la gran demostración de la existencia de Dios de la que nos habla Hatcher es mal definir conceptos físicos como fuerza, equivocadamente asumir que las fuerzas “pueden” ser invisibles, asumir sin base que la termodinámica justifica que nosotros seamos lo más complejo del universo, y en base a todos esos postulados demostrablemente erróneos llega a la conclusión de que la evolución tiene detrás una fuerza “invisible” que llama Dios, ignorando flagrantemente que desde la publicación de “El origen de las especies” en 1859 Darwin demostró que esa supuesta “fuerza” es la selección natural.
Curiosamente la conclusión de Hatcher indica una nota número 12, la que dice:
“Por eso es por lo que la teoría de la evolución actualmente aceptada intenta explicar el movimiento hacia arriba (el movimiento hacia un mayor orden) en la evolución como una afortunada coincidencia de dos fenómenos aleatorios: el efecto de la selección natural (fundamentalmente, un impacto medioambiental aleatorio) sobre las mutaciones aleatorias (cambios genéticos espontáneos). […]”
Esta es la única aparición en TODO el documento de la frase selección natural, convenientemente escondida por Hatcher en una nota al pie. Y en ella arma un hombre de paja argumental: afirma que las mutaciones son aleatorias (cambios genéticos espontáneos) lo cual es cierto, pero indica que la selección natural también es un fenómeno “medioambiental aleatorio”, y eso es FALSO. No hay dos fenómenos aleatorios, sólo uno.
La selección natural no es un fenómeno aleatorio, porque si lo fuera, las mutaciones aleatorias que se preservarían y transmitirían a las nuevas generaciones serían aleatoriamente favorables y desfavorables; cualquiera se seleccionaría. En cambio, lo que ocurre en la realidad y que está ampliamente documentado y comprobado científicamente es que las mutaciones aleatorias que son preservadas con mayor probabilidad son las mutaciones benéficas al organismo a fin de dar mayor sobrevivencia y reproductibilidad. Eso hace que la selección natural opere “vectorialmente” siempre en una única dirección: la de acumular variaciones genéticas favorables. Eso es cualquier cosa menos que aleatorio y sí es un proceso natural que deviene en un aumento de complejidad.
Luego, Hatcher intenta defender su conclusión diciendo:
“Ahora bien, al igual que en el caso de la gravedad, un escéptico puede negarse a aceptar la existencia de la fuerza evolutiva y optar por creer que la evolución ha sido un proceso aleatorio, una serie de coincidencias muy improbables; pero al hacer esta elección el escéptico renuncia a afirmar que está actuando científica o racionalmente. Desde el punto de vista de la metodología científica, uno siempre tiene que elegir lo más probable entre todas las alternativas conocidas lógicamente posibles. Aunque desde el punto de vista lógico es posible que la evolución haya sido un proceso aleatorio, evidentemente no es ésta la posibilidad más probable. Un escéptico de este tipo, especialmente si se trata de un científico en ejercicio, tiene que explicar por qué en relación con otros temas acepta y sigue este principio básico de la metodología científica, pero hace una excepción en el caso de la evolución. Si uno no tiene problemas para creer en la gravedad o en la fuerza nuclear fuerte, sobre la base de unas pruebas de naturaleza similar a las de la fuerza evolutiva, entonces ¿por qué resistirse irracionalmente a creer en la fuerza de la evolución?” (Página 9, 10)
Básicamente, este párrafo es una expansión del hombre de paja armado en la nota 12, y agrega una falsa dicotomía: no son únicamente las alternativas aceptar que la evolución es por “una fuerza evolutiva que llamamos dios” o por “un proceso aleatorio”. Hay una tercera alternativa que es deshonestamente omitida y es la “evolución por selección natural” de Darwin, que es la que la ciencia ha probado como cierta a partir de toda la evidencia científica recopilada hasta ahora.
Por ello es que entre las “alternativas conocidas lógicamente posibles” la ciencia ha confirmado que la “evolución por selección natural” de Darwin la que mejor explica la evolución de las especies y el origen del hombre moderno (Homo Sapiens Sapiens) por sobre otras explicaciones como la “evolución por una fuerza-Dios” de la que no hay ninguna prueba empírica y por sobre la “evolución al azar” que es un simple hombre de paja.
En este caso, es a Hatcher quien debería haber respondido porqué el intenta hacer pasar este documento por científico aludiendo a fuerzas, gravitación, termodinámica, pero ignorando y haciendo una excepción con el caso de la “evolución por selección natural” postulada por Darwin, y apoyada por la ciencia moderna.
Luego Hatcher hace la gran afirmación de que:
“Afirmamos que hemos logrado nuestro propósito de proporcionar una prueba científica de la existencia de Dios. Hemos mostrado, sobre la base de un fenómeno observable (la aparición del ser humano), que la existencia de una causa no observable es la más razonable de todas las posibilidades lógicas conocidas” (página 10).
Lo cual es del todo falso, pues este documento no proporciona ninguna prueba científica de la existencia de una fuerza evolutiva-dios, pues el fenómeno observable que es la aparición del ser humano no se debe a una causa no observable, sino que la ciencia ya ha demostrado fehacientemente que la más razonable de todas las posibilidades lógicas conocidas hasta ahora en base a toda la evidencia obtenida se llama “evolución por selección natural” postulada por Darwin en 1859. Esto echa por tierra el propósito y la afirmación de Hatcher.
La naturaleza de Dios
Hatcher inicia esta sección indicando que:
“Para el resto de este análisis, aceptemos como demostrada la existencia de una fuerza invisible que es, la causa del proceso de la evolución y, por lo tanto, del ser humano, el producto final de este proceso. […]”
Como ya he mostrado que Hatcher basa su “demostración” en falacias lógicas, y simplemente ignorando la evolución por selección natural para dejar hueco a su “teoría de evolución por una fuerza-dios”, es un hecho que no hay razones para aceptar como demostrada la existencia de tal “fuerza invisible”, que a efectos lógicos es una afirmación falsa. Ya que a partir de una premisa falsa cualquier otra inducción o conclusión que se pueda sacar acerca de este dios carece de sustento, las afirmaciones que de ahí en adelante hace Hatcher no tienen ninguna validez.
Conclusiones
Del análisis realizado, es posible ver que:
- Hay explicaciones generales acerca de la ciencia que son correctas, pero a la hora de interpretar conceptos como fuerza, evolución y movimiento, Hatcher cae en profundos errores y malinterpretaciones de la realidad física de estos conceptos, por lo que el uso de estos conceptos como parte de su prueba está viciado.
- La demostración de la “existencia de Dios” se basa en una interpretación miope y sesgada de la teoría de la evolución por selección natural de Charles Darwin, y cuando se toma en cuenta el factor de la selección natural (ignorado de facto en todo el documento), todo el argumento de la existencia de Dios se viene abajo.
- Todo lo anterior muestra que no porque un documento hable de ciencia, use la jerga científica e intente usar la lógica y el sentido común mezclados con ciencia hacen que tal explicación sea científica, luego la “demostración científica” que se declara como título del documento no tiene nada de científica.
- Si este es uno de los mejores argumentos de la religión Bahá’í para demostrar la existencia de Dios, y falla tan ampliamente en su objetivo, hace dudar de la calidad de los otros argumentos «racionales» que esta religión construye sobre de la existencia del Dios.
Nos gustaría que este análisis pueda llegar a las personas que consideran que el documento “Una demostración científica de la existencia de dios” es realmente un argumento válido e inteligente, para que puedan sopesarlo nuevamente a la luz del análisis realizado.
De hecho, sería estupendo que el mismo señor Fernando Paulsen pueda leer este análisis, sopesarlo, y si considera que hay verdad en él, pueda difundirlo entre sus seguidores de Twitter para que también ellos puedan ver más allá de las palabras y frases de apariencia inteligente, y que vean que a veces detrás de un castillo de palabras científicas y aparentemente lógicas puede no haber verdad, y que si no se analizan cuidadosamente se corre el riesgo de terminar creyendo o aceptando como cierto en algo que no tiene un fundamento, o que al menos no es real en base a tal construcción argumental. Esta precaución se ha evidenciado en general prudente ante las «demostraciones» que suelen ofrecer los teólogos.