Desde hace años, en el Senado de la República de Chile, así han iniciado las sesiones: “En nombre de Dios, se abre la sesión”. Nunca me había preocupado por este hecho porque, para ser sincera, no estaba al tanto. Hasta ahora.
Hoy día, 13 de Enero de 2012, cuando a veces, optimistamente, pensamos que vamos avanzando hacia la construcción de un estado laico, nos encontramos con noticias como ésta.
Así es: antes de ayer, la Cámara Alta aprobó por amplia mayoría (30 votos a favor y una abstención del socialista Fulvio Rossi) reemplazar la fórmula anterior por esta otra: “En nombre de Dios y la Patria, se abre la sesión”.
La palabra “Dios” sigue apareciendo en la nueva frase, pero la sociedad chilena ha cambiado. Basta con revisar los comentarios en la noticia anteriormente linkeada para darse cuenta de que hay un número importante de personas (no solo ateos o agnósticos, sino que también creyentes) que entienden que los dioses forman parte de la vida privada de las personas y que no deben mezclarse con la institucionalidad de la República.
Una vez más los políticos nos demuestran que es más fácil quedarse en la demagogia y complacer a la supuesta mayoría cristiana y/o creyente, que dar un paso hacia una nación respetuosa de la diversidad. Una de las creadoras de la iniciativa, la senadora Isabel Allende, señala orgullosa que este cambio es un avance en el respeto a la “diversidad”. Yo no veo por dónde se esté respetando esta supuesta diversidad, ya que si se habla de un dios en singular, de un plumazo, se excluye a todos quienes abrazan creencias politeístas y, si se habla de un dios (cualquiera de ellos) en absoluto, obviamente, a los ateos.
¿Qué pasaría si el próximo presidente del senado fuera ateo y debiera pronunciar esta frase? ¿Nadie ha pensado en eso? Me imagino al susodicho diciendo: “En nombre de un ser de improbable existencia, se abre la sesión”. ¿Qué pasa actualmente en la cámara de diputados? ¿Los no creyentes se tendrán que morder la lengua cada vez que se inicia la jornada? ¿Le reconocemos el derecho a un ciudadano no creyente a ejercer un cargo republicano sin contravenir su desafiliación religiosa?
¿Podemos esperar mucho más de un país donde el Presidente de la República invoca a su dios particular día por medio? Ya sea por una devoción genuina, pensando que de verdad su amigo imaginario nos ayudará a resolver nuestros problemas como nación, o como un beato tratando de ganarse a la audiencia cristiana, nuestro actual Mandatario vulnera cotidianamente la supuesta garantía de que el Estado chileno es laico, un valor republicano que, por lo visto, está lejos de poder ser considerado un derecho efectivo.
Algunos podrán considerar que esta noticia no es relevante; que es solo una expresión que proviene de la tradición y que no tiene ningún significado real, cuestión trivialmente equívoca al considerarse todas aquellas instancias en que nuestro ordenamiento jurídico se ve restringido por aprehensiones directamente religiosas. Sin embargo, yo considero que podemos exigirnos un poco más como ciudadanos y buscar las expresiones que representen los valores que queremos abrazar. Así podremos crear nuevas tradiciones realmente respetuosas tanto en la forma como en el fondo de la tan mentada diversidad.
¿Será una utopía imaginar un Chile donde las sesiones del Senado y la Cámara de Diputados se comiencen con un “En nombre de la ciudadanía y del bien común, se abre la sesión”?
Por ahora, podríamos partir por solicitarle a los políticos que nos indiquen en nombre de qué dios específico están abriendo las sesiones actuales, para así saber exactamente quién está siendo discriminado y quién no.