por Felipe Cárcamo Guzmán, para la Asociación Escéptica de Chile (AECH)
El pasado 24 de febrero del año en curso, falleció el físico, epistemólogo y filósofo de la ciencia argentino Mario Bunge. Murió en la ciudad canadiense de Montreal, donde vivió y trabajó desde el año 1966, tras haber cumplido los cien años en septiembre del año pasado.
Su muerte atrajo la atención de diversos medios de comunicación, especialmente hispanoparlantes, quienes destacaron varios hitos y aspectos relevantes de su trabajo intelectual: su rol en la fundación de la Universidad Obrera Argentina en 1938, cuando solo contaba con 19 años; su autoexilio de Argentina, tras algunos episodios de persecución política a causa de su trabajo político e intelectual; su cátedra de Lógica y Metafísica en la Universidad de McGill, Canadá; su monumental producción intelectual, compuesta por más de setenta libros y cientos de papers sobre ciencia y filosofía; su acerada e infatigable defensa de la razón, la ciencia y los valores propios de la Ilustración; su apasionada denuncia y lucha contra las pseudociencias y otras formas de fraude intelectual; su faceta de polemista y crítico cáustico e implacable contra todo aquello que le pareciera digno de ser cuestionado; los múltiples reconocimientos que obtuvo en vida, entre los que se suelen destacar los 21 doctorados honoris causa otorgados por diversas universidades del mundo, así como la obtención del premio Príncipe de Asturias, el Premio Konex y la Guggenheim Felowship; entre otros.
Sin embargo, además de ser relevante para el ámbito de la filosofía (dada su vasta contribución en el área), su muerte también ha conmovido al mundo de las organizaciones que promueven el escepticismo, el racionalismo, el pensamiento crítico y el librepensamiento. Esto debido no solo a que en su vasta producción intelectual no perdió oportunidad para promover esos valores, sino también porque contribuyó a analizar, caracterizar, explicar y denunciar ciertos fenómenos culturales e intelectuales que han dificultado los esfuerzos humanos por comprender la realidad que nos rodea, tales como las pseudociencias, la filosofìa posmoderna, las ideologías de todo tipo, el surgimiento de industrias académicas corruptas y/o sin mayor valor intelectual, etc. Como si eso fuera poco, el profesor Bunge también se comprometió activa y desinteresadamente con numerosas organizaciones de ese tipo a lo largo del mundo. Casi desde su fundación en el año 1976, fue un miembro y asiduo colaborador del Committee for the Scientific Investigation of Claims of the Paranormal (CSICOP), hoy Committee for Skeptical Inquiry (CSI), organización pionera en la promoción del escepticismo con vocación científica y del pensamiento crítico, así como en la revista Skeptical Inquirer que dicha organización edita. La misma clase de colaboración prestaría a organizaciones similares en todo el mundo y en especial a las de países hispanoparlantes como Argentina, Uruguay, Paraguay, España y Chile. En la Asociación Escéptica de Chile (AECH) tuvimos el honor y privilegio de contar con su participación en nuestro Primer Congreso Escéptico, realizado el año 2014, donde dictó dos charlas tituladas “Pseudociencias, el cáncer de la sociedad” y “Elogio al cientificismo”. Prueba de su compromiso con las causas del escepticismo y el pensamiento crítico, es que accedió a participar en dicha instancia pese a que éramos (y somos) una organización pequeña, sin aceptar ninguna clase de pago y sin solicitar más que la provisión de transporte y alojamiento durante esos días. No nos cabe duda de que muestras de compromiso similares podrían ser reportadas por organizaciones afines a lo largo de todo el mundo y por quienes lo conocieron más de cerca.
Es por ello que, ante la noticia de su muerte, como organización nos ha parecido necesario rendirle alguna clase de homenaje póstumo en agradecimiento al aporte que en vida supo ofrecer de manera tan comprometida y desinteresada. Sin embargo, para ello hemos considerado que, más que una necrológica (que tan bien han sabido hacer otras personas y otros medios), una buena forma de reconocer su contribución es señalar las razones por las cuales conviene valorar, preservar, discutir y ampliar el legado filosófico e intelectual de Mario Bunge.
En primer lugar, la obra de Bunge es sumamente original, puesto que en ella no se hace una mera exégesis de las ideas de otros filósofos. No se trata de que en su obra se desconozca o menosprecie el legado intelectual de otros pensadores, ya que cualquiera que la estudie se podrá dar cuenta de que casi siempre incluye una revisión y una muestra más o menos representativa de lo que otros han planteado sobre tales o cuales tópicos, sin dejar de valorar y cuestionar lo que de verdadero o falso pueda encontrar en dichos planteamientos. La originalidad de la obra de Bunge está dada principalmente por la conjunción de dos características: porque en ella el foco siempre está puesto en identificar, plantear e intentar resolver problemas abiertos, interesantes y relevantes intelectual o socialmente; y porque procura abordar dichos problemas con rigurosidad (es decir, haciendo uso de herramientas lógicas y matemáticas, así como echando mano al conocimiento que proveen las diferentes disciplinas científicas y tratando de que sus reflexiones sean consistentes con aquél). Esto confiere a su obra un dinamismo y frescura intelectual que difiere mucho del estancamiento propio de la filosofía con vocación escolástica, a la vez que evidencia una seriedad ausente en la filosofía puramente especulativa (la que, pese a ser dinámica, carece de rigurosidad). La obra de Bunge, en suma, es original porque afronta el quehacer filosófico de una manera análoga a la forma en que las disciplinas científicas suelen proceder: encarando problemas con la ayuda de las mejores herramientas formales y de la mejor evidencia disponibles. Esa forma de concebir el quehacer filosófico queda expresada en muchas de sus obras, pero es posible verla desarrollada in extenso en su libro Crisis y reconstrucción de la filosofía y en los ocho tomos de su Treatise on Basic Philosophy (publicado parcialmente en castellano como Tratado de Filosofía).
En segundo lugar, y como ya se adelantó, la obra de Bunge es una obra bastante rigurosa, en el sentido de que las reflexiones contenidas en ella se desarrollan haciendo uso intensivo de las herramientas formales (lógicas y matemáticas) propias la mejor tradición filosófica analítica, nutriéndose además de la mejor ciencia de su tiempo. No por nada Bunge es reconocido, entre otras cosas, por ser uno de los principales promotores y próceres de la llamada filosofía científica, que busca precisamente reflexionar y construir teorías filosóficas que sean formalmente coherentes, que sean consistentes con el conocimiento científico vigente y que eventualmente puedan prestar algún servicio a las disciplinas científicas, por ejemplo en la dilucidación de conceptos y categorías fundamentales (más sobre filosofía científica acá). Esta característica es importante y digna de ser valorada, puesto que contribuye a mantener el quehacer filosófico alejado de la vaguedad conceptual y de la especulación desenfrenada (madres de muchas imposturas y fraudes intelectuales al uso), a la vez que permite actualizar la filosofía para que sea más que una mera revisión de ideas filosóficas del pasado y para que pueda efectivamente ayudar a resolver algunos problemas intelectuales y prácticos relevantes del mundo moderno. Si bien esta característica puede volver algunas obras de Bunge un tanto agobiantes para quienes recién se aproximan al autor (ya que en ellas podemos encontrar numerosas fórmulas lógicas y matemáticas, así como referencias a múltiples disciplinas científicas), de todos modos con su lectura es posible adentrarse poco a poco y sin dificultades insuperables a una forma diferente de hacer filosofía (al menos diferente de la filosofía excesivamente especulativa que predomina en buena parte de la academia), siempre al alero de la ciencia moderna.
En tercer lugar, la obra de Bunge se caracteriza por aspirar permanentemente a la síntesis, es decir, por tener como objetivo la construcción de un sistema filosófico comprensivo y consistente. Si bien Bunge valora y adopta las herramientas propias de la tradición filosófica analítica, en especial su tendencia a la disección de las totalidades en componentes y el uso de herramientas formales (lógicas y matemáticas) para volver riguroso el análisis filosófico, también va más allá de ésta al no limitarse al abordaje de problemas excesivamente circunscritos, al tratar de elaborar sistemas explicativos de alto alcance y al no renunciar a hacer disquisiciones ontológicas y metafísicas siempre de la mano de la ciencia. Fiel a su concepción sistemista, según la cual todo en el universo (exceptuando del universo como totalidad) es un sistema o una componente de un sistema, Bunge intentó desarrollar una síntesis filosófica en el entendido de que, si queremos comprender porciones cada vez mayores de la realidad (es decir, seguir progresando en el conocimiento de ésta), no podemos limitarnos a obtener conocimientos más o menos aislados, ni mucho menos desistir de los intentos por elaborar sistemas metateóricos que intenten establecer de manera consistente las relaciones que existen entre dichos conocimientos y la realidad que buscan representar. Su proyecto de síntesis filosófica es tan ambicioso que se sitúa en la misma senda de la obra de figuras como Aristóteles, Leibniz o Kant, aunque enriquecido por numerosos avances de la ciencia moderna que dichos autores no pudieron conocer. Por las mismas razones, puede decirse que el de Bunge es probablemente el proyecto filosófico más ambicioso y sistemático producido en el siglo XX. La obra en la que expone su vasto sistema filosófico de manera más completa y rigurosa es el Treatise on Basic Philosophy (Tratado de Filosofía en castellano), donde comienza desarrollando sus concepciones semánticas, para luego caracterizar su ontología, su metodología y su epistemología, finalizando con su ética (la única de las ramas tradicionales de la filosofía que no cultivó, fue la estética).
En cuarto lugar, la obra de Bunge es implacablemente crítica. El autor siempre fue un duro inquisidor de las ideas que le parecían equivocadas, carentes de fundamento o filosóficamente ingenuas, ofreciendo siempre un nutrido arsenal de argumentos para respaldar su posición. Blanco habitual de sus cuestionamientos fueron las diferentes manifestaciones pseudocientíficas, las creencias paranormales, el pensamiento posmoderno y el relativismo extremo en sus diferentes formas, así como a las ideologías religiosas y sociopolíticas, a las que dedicó extensas y minuciosas críticas en obras como Las pseudociencias ¡vaya timo! y Pseudociencia e ideología. Pero las críticas implacables que Bunge hizo de ciertos planteamientos filosóficos, las hizo casi siempre con independencia del estatus, de los méritos personales y del grado de reconocimiento o autoridad del autor que los defiende, haciendo honor al lema adoptado por la Royal Society: nullius in verba o “en la palabra de nadie”. Ello se puede observar, por ejemplo, en las críticas que formuló al movimiento escéptico norteamericano (del que fue miembro y activo colaborador) por centrarse solo en criticar manifestaciones paranormales y pseudocientíficas cuya falsedad resultaba evidente o fácil de señalar, dejando de lado manifestaciones igualmente pseudocientíficas más complejas presentes en ámbitos de suma repercusión social, como la economía o la política. Su actitud crítica en muchos círculos le valió la fama de polemista, la que le hace justicia solo bajo la condición de que se reconozca que nunca dejó de participar en debates y polémicas armado de muy buenos argumentos. Es cierto que en ocasiones criticó a ciertos autores haciendo uso de ciertas afirmaciones de carácter personal que no iban al caso (pienso en Pinker, Dawkins o Dennet, por ejemplo), pero nunca dejó de centrarse en el análisis y la crítica fundada de sus planteamientos, en acuerdo con su convicción de que hay que respetar a las personas pero ser implacable con las ideas. Destacar su actitud y su enorme capacidad crítica en ningún caso implica considerar que siempre le asistió la razón (dudo que el mismo Bunge así lo pretendiera), sino más bien reconocer y admirar su compromiso con el pensamiento crítico y la seriedad y minuciosidad con la que se esforzaba por ejercerlo, lo que es digno de ser emulado.
En quinto lugar, la de Bunge es una obra comprometida socialmente. Y ello en varios sentidos. Bunge es uno de los filósofos que más destacó y que mejor supo poner en evidencia el valor intelectual, cultural y social de la filosofía, proporcionando no pocos ejemplos de cómo ciertas concepciones filosóficas defectuosas pueden hacer que la investigación científica extravíe el rumbo e incluso provocar serios perjuicios sociales. Uno de los ejemplos que solía usar para ilustrar ese punto era el del dualismo psiconeural (concepción filosófica según la cual la mente es una entidad inmaterial independiente del cuerpo), que sería en buena medida responsable de que la investigación psicológica se estancara o retrasara al no prestarle suficiente atención al cerebro y al resto del organismo, provocando además que mucha gente llegase a creer que la superación de ciertas afecciones psicológicas era una cuestión de pura actitud o ánimo y haciendo proliferar diversas pseudoterapias que mantenían a las personas alejadas de tratamientos con efectividad probada científicamente (dicha crítica se puede ver desarrollada ampliamente en su obra El problema mente-cerebro). Otro ejemplo es el de cierta clase de individualismo filosófico (según el cual la mejor forma de generar bienestar social es que cada persona persiga y priorice siempre sus propias necesidades e intereses), que habría dado origen a determinadas concepciones económicas (en particular, aspectos de economía ortodoxa) responsables de algunas políticas sociales que han perjudicado en el pasado, y podrían seguir perjudicando, a buena parte de la población mundial (dicha crítica se puede ver desarrollada ampliamente en su obra Economía y filosofía). Por otra parte, Bunge siempre enfatizó el valor social de la ciencia, incluso antes de que se volvieran populares conceptos como “alfabetización científica”, “habilidades científicas para la vida” o “ciencia para la ciudadanía”. Desde su obra La investigación científica en adelante, no dejó de insistir en que el valor social de la ciencia no se reduce solo a ser un insumo para el desarrollo tecnológico y la actividad económica. Para él la ciencia tiene un valor intrínseco, debido a que contribuye a elevar el nivel cultural de la población, permitiendo desenvolverse en el mundo con mayor conocimiento acerca de su funcionamiento, proveyendo herramientas de análisis que dificultan que sea manipulada con fines perversos y haciendo posible la participación ciudadana informada y la gestión pública eficiente. Por eso consideró siempre la socialización o difusión social de la actividad científica, y del conocimiento que ésta genera, una condición imprescindible para la vida en democracia, tal como lo expuso con más detalle en obras como Ciencia, técnica y desarrollo y sobre todo en Filosofía política. Y por eso también siempre insistió en que los miembros de la comunidad científica, en su calidad de expertos y ciudadanos, debían participar más activamente en el debate público, tanto para prevenir a la población con el fin de que no caiga en manos de charlatanes de poca o mucha monta, como para alzar la voz cuando las autoridades políticas busquen engañarla para satisfacer intereses ajenos y hasta contrarios al bienestar colectivo. Y bien que supo predicar eso con el ejemplo. Otra forma de compromiso social, a la vez que intelectual, se materializó en sus constantes esfuerzos por contribuir al desarrollo de la epistemología de las ciencias sociales. Sin nunca dejar de reconocer validez científica a las ciencias sociales, era consciente de que muchas de ellas (y en especial ciertas tradiciones dentro de cada disciplina) necesitaban depurar y sofisticar su aparataje conceptual y metodológico para poder llevar a cabo un trabajo investigativo más riguroso y mejor fundamentado, de manera que faciliten la comprensión de la realidad social e idealmente el abordaje de algunos acuciantes problemas de las sociedades contemporáneas. Esto último se puede observar especialmente en obras como Las ciencias sociales en discusión, Buscar la filosofía en las ciencias sociales y La relación entre la sociología y la filosofía. Para quienes conocen algo más la obra de Bunge, parecerá un tanto evidente que dicho compromiso social es una más de las formas en que se expresa su filosofía moral, el agatonismo, que él mismo sintetiza en el postulado “Disfruta la vida y ayuda a vivir una vida agradable”, según el cual “debemos buscar lo bueno para nosotros mismos y para los demás” (la definición de agatonismo, así como la de otros conceptos relevantes en la obra de Bunge, puede consultarse en su Diccionario de Filosofía).
En sexto lugar, la obra de Bunge es una obra sumamente clara. Si bien las constantes formalizaciones lógicas y matemáticas que incluye en sus libros pueden parecer complejas para quien no esté habituado a ellas, de todos modos sus obras siguen siendo asequibles a cualquier persona interesada y dispuesta a hacer un mínimo de esfuerzo intelectual. En ellas siempre encontraremos definiciones claras de los conceptos clave, contextualizaciones históricas sobre determinadas cuestiones teóricas y conceptuales, una síntesis de lo que han planteado tales o cuales filósofos respecto de ciertos problemas y numerosos ejemplos reales para ilustrar cada uno de sus planteamientos. No por nada Bunge siempre se declaró detractor de la filosofía puramente especulativa y desconectada de la realidad, de las tradiciones filosóficas oscurantistas y de la prosa filosófica críptica o metafórica en exceso. Conocidas son sus diatribas contra filósofos como Heidegger, Hegel o Nietzsche, precisamente porque consideraba que dichos autores contribuyeron a consolidar una tradición filosófica que hasta el día de hoy sigue reñida con la claridad y el rigor conceptual. Esta es una característica relevante de su obra, puesto que le confiere un importante valor pedagógico y porque contribuye a reponer y promover una forma de hacer filosofía que no esté desconectada de la ciencia, a todas luces la mayor conquista intelectual del mundo moderno.
Finalmente, la obra de Bunge es una obra inspiradora, estimulante y desafiante. Es inspiradora porque tanto su vastedad como el rigor conceptual que la caracteriza, animan al lector a atreverse a encarar problemas con la paciencia y la meticulosidad que fuesen necesarias. La seriedad con la que encaraba el quehacer filosófico, independientemente del grado de éxito que haya alcanzado en cada una de sus tentativas, es una muestra de honestidad intelectual bastante inspiradora e incita a rebatir sus ideas con una seriedad igual o mayor. Es estimulante porque, junto con intentar contribuir en la resolución de ciertos problemas teóricos y conceptuales, permanentemente plantea nuevos e interesantes problemas prestos para ser abordados. Es desafiante porque conmina al lector a no conformarse con abordar problemas pequeños o circunscritos (los que en ningún caso desdeña) y a intentar encarar grandes desafíos intelectuales (cosa que predicó con el ejemplo), así como a abordarlos haciendo uso uso intensivo del conocimiento que nos proveen tanto las ciencias formales como las ciencias fácticas. Leyendo la obra de Bunge queda la impresión de que estamos ante un programa u hoja de ruta para la filosofía y se hace difícil sustraerse a la invitación a intentar resolver algunos de los muchos problemas que identifica y enuncia. Pareciera que tras la obra de Bunge resuena un interminable eco que nos dice “¡Manos a la obra!”, y ese es uno de sus principales méritos.
Con la muerte de Mario Bunge, la filosofía y las corrientes de librepensamiento pierden a uno de sus grandes pensadores y referentes del siglo XX. La filosofía pierde a uno de sus cultores más prolíficos, originales y rigurosos, que contribuyó además a renovar, refrescar y dinamizar el quehacer filosófico; en tanto que el librepensamiento pierde a un referente intelectual y a un activista comprometido y apasionado, que nunca dejó de poner la razón al servicio de la libertad y el bienestar humano. Pero tanto filósofos como librepensadores por igual seguirán contando con el monumental legado intelectual del profesor Bunge, que sin duda servirá como guía en un mundo plagado de falsedad, superstición, fanatismo e inequidades. Bien haríamos los escépticos y librepensadores del mundo en valorar, compartir, discutir y ampliar sus ideas.