El Rey va desnudo

por | 23 mayo, 2016
¿Va sin ropa el rey? Ilustración original del siglo XIX. Fuente: Wikipedia

¿Va sin ropa el rey? Ilustración original del siglo XIX. Fuente: Wikipedia

“Parece que el rey va sin ropa”. Esa es la observación que un niño pequeño hace en el clímax del cuento de Hans Christian Andersen “El traje nuevo del emperador”. Es una historia fantástica donde trajes invisibles y mágicos podrían existir, pero una serie de personajes parecen fracasar miserablemente en mostrar una dosis mínima de escepticismo. Ahora, en un universo donde la magia capaz de crear trajes mágicos y cualquier otro tipo de portentos sí existiese, ¿se justifica echar mano al escepticismo? Y, ¿qué tipo de escepticismo serviría en tal mundo mágico? En este artículo veremos cómo ser escéptico es una actitud racional que es útil en todos los posibles universos. Además, se mostrará una herramienta que ayuda a diferenciar la fantasía de la realidad.

Un traje muy novedoso

La historia de Andersen, “El traje nuevo del emperador”, ocurre en un reino donde el rey acostumbra gastar toda su riqueza en ropa nueva. Al parecer tal despilfarro no preocupaba a su pueblo, que se encontraba feliz en tal estado de las cosas. El narrador omnisciente de la historia nos cuenta cómo llegan al reino dos estafadores haciéndose pasar por tejedores que ofrecen al rey la “más bella tela del mundo” con una mágica capacidad: ser invisible para quienes sean tontos o incompetentes en su cargo. Tal propiedad atrae al rey, quien de inmediato les entrega una enorme suma de dinero para comenzar a trabajar en tal tela.

Los estafadores fingían trabajar sin descanso, pidiendo cada vez más oro y sedas finas. El rey envía a su ministro de más confianza a revisar el estado de avance de la tela. Su mejor ministro, sin ninguna sorpresa, no pudo ver la tela: los estafadores le mostraban con pantomimas la inexistente tela, pero el ministro prefirió ocultar su incapacidad de verla, so pena de quedar expuesto como un tonto o incompetente. Por ello se derritió en elogios ante la belleza del inexistente textil. Lo mismo hizo un segundo enviado. Finalmente, el propio rey concurre, acompañado de todo un séquito, quedando pasmado,  pues tampoco vio nada  (sin ninguna sorpresa para nosotros, los lectores). Pero el rey también prefirió seguir la charada, elogiando lo espléndido del tejido con tal de evitar quedar de tonto o incompetente ante sus súbditos. Así, la tela fue “terminada” y, siguiendo el consejo de sus asesores, el rey decidió lucir su traje en un desfile real esperado por todos los habitantes del reino, quienes ya estaban enterados de la espléndida tela y sus propiedades mágicas.

Resulta que todo el pueblo también se derritió en elogios ante la belleza de la mágica tela que el rey lucía. Obviamente, ninguno veía traje alguno, pero nadie quería quedar de tonto o incompetente ante sus vecinos, excepto un niñito que, inocentemente, apuntó a lo obvio: “Me parece que va sin ropa”. De pronto, todos comenzaron a repetir lo que el niño dijo; el rumor creció hasta dar la confianza a todos para reconocer que el rey estaba paseando… desnudo.

El rey, finalmente, escuchó el murmullo general, reconociendo para sí mismo que, sin duda, ellos tenían razón. Pero decidió terminar digno, siguiendo su desfile hasta el final, luciendo un traje inexistente.

Así termina la historia, con nosotros los lectores riéndonos del pobre y tonto rey, quien fue incapaz de reconocer el engaño, del cual nosotros fuimos alertados por el narrador desde el mismo principio de la historia. Sin duda, un narrador (y más aún uno omnisciente) jamás miente, y cualquier cosa que afirme es un hecho a efectos de tal historia. Así que, si la tela no existía y los tejedores eran unos estafadores, nosotros los lectores no tenemos motivos para dudar de ello.

Pero, ¿qué pasaría si nosotros no hubiéramos tenido la ventaja de saber de antemano del engaño y, además, viviéramos en un mundo donde las telas mágicas sí pudieran existir? ¿Deberíamos, tan confiadamente, presumir que todo es un engaño? ¿O, tal vez, nuestra incapacidad de ver la tela demostraría nuestra incompetencia o estupidez? ¿Cómo diferenciar las invisibles telas mágicas, pero reales, de un invisible engaño?

Escepticismo en un mundo mágico

Tenemos pocas dudas de que las telas mágicas parecen no existir en nuestro mundo, pero sería, sin duda, muy interesante el vivir en un mundo donde la magia sobrenatural existiera y fuera cosa habitual.

Pocos rechazarían tener la capacidad de manipular la realidad con sólo agitar una varita y lanzar el hechizo correcto, un mundo donde se pueda tener el poder de volar, transportarse a lugares remotos en un tris, hacer flotar, aparecer y desaparecer cosas, y realizar todo tipo de “violaciones” de las leyes físicas a nuestra propia conveniencia. Es decir, vivir en un mundo al estilo de “Harry Potter”, un lugar donde existen telas capaces de hacer invisibles a sus dueños, o una tela que se hace condicionalmente invisible a sí misma, como en el cuento del rey de Andersen.

Sin embargo, incluso en el mágico mundo de Harry Potter, sabemos que pueden ocurrir engaños. En el segundo libro de la saga, “Harry Potter y la Cámara Secreta”, Gilderoy Lockhart es un renombrado mago, escritor y experto en magia que resulta ser un charlatán ya que, a pesar de ser mago, resulta que no tiene las capacidades de las que se ufanaba en los libros que ha escrito, sino que ha ido “robando” las hazañas a otros magos mucho más capaces que él. Lockhart, en la práctica, es un verdadero incompetente que, sin embargo, engaña a otros haciéndose pasar por experto. Es decir, en un universo mágico aún puede haber charlatanes, embusteros, estafadores y ladrones que intentarán engañar a otros haciéndoles creer que tienen poderes y habilidades que realmente no poseen.

Este detalle es en extremo importante. Hoy en día hay muchas personas que creen sinceramente que la magia sobrenatural sí existe y que es totalmente real. Creen en las existencias de diferentes dioses, ángeles y demonios, milagros divinos, seres sobrenaturales, poderes mágicos, poderes extrasensoriales, sanaciones a distancia y todo tipo de portentos. Pero, aún si asumiéramos, ingenuamente, que tales cosas son reales y que existen cultores que logran controlar y poseer tales habilidades, es un hecho que inevitablemente aparecerán charlatanes, timadores y estafadores que, mintiendo, también clamarán tener tales poderes. Aún si se asume que tales poderes existen y que hay personas que los tienen, cabe preguntarse: ¿cómo se podría distinguir entre un poder, habilidad o efecto mágico real, realizado por alguien genuinamente dotado de tales habilidades, versus las acciones falsas realizadas por un timador o charlatán? Tal pregunta es importante en cualquier mundo, aun en el más mágico mundo imaginable.

Poniendo a prueba una tela mágica

Volviendo al cuento inicial de Andersen, en un mundo mágico es, en principio, plausible que los estafadores no hubieran sido tales. Ellos, efectivamente, podrían haber sabido crear una tela mágica como la descrita ya que en tal mundo aparentemente la magia sí existe. También es perfectamente posible que el rey hubiera sido incompetente para el cargo: el dilapidar todo su dinero en vestimenta no habla bien de ninguna autoridad. Y si la máxima autoridad puede considerarse incompetente, ¿qué garantía tenemos de que sus mejores hombres, elegidos por esa misma autoridad incompetente, tuvieran más competencia que el incompetente rey? El bajo nivel de honestidad mostrado por toda la corte, de capitán a paje, habla bastante mal de la competencia de cada uno de ellos. Luego, es al menos posible que la gran mayoría hubiera sido incompetente para su cargo, o incluso tonta. Simplemente, cada uno de ellos podrían ser ejemplos perfectos del principio de Peter: “En una jerarquía, toda persona tiende a ascender hasta alcanzar su nivel óptimo de incompetencia”.

Con ello, si no contáramos con un narrador que nos advierta una y otra vez que los tejedores son unos estafadores, ¿podríamos saber que lo son? Y, lo más importante, ¿cómo?

Si se tratara simplemente de creer o no creer, no tendríamos cómo distinguir un caso de otro. Es más, dado que es esperable que los tontos e incompetentes mientan diciendo que ven la tela mágica para no exponer que lo son ¿cómo podemos distinguir a alguien verdaderamente competente e inteligente que sí ve la tela? Ciertamente, el simple testimonio no sirve, pues no es suficiente, tal como lo demuestra la historia.

Sin embargo, acá cabe hacerse una pregunta clave: si consideramos hipotéticamente posible la existencia de la tela mágica y que los tejedores pudieran ser competentes en hilarla, ¿qué cosas serían diferentes en esa realidad respecto de una realidad alterna donde la tela no es real, no es mágica o bien los tejedores son incompetentes y/o estafadores? ¿Cómo se distingue un caso del otro?

Ésa es la clave del problema: para distinguir la realidad de la fantasía, la verdad de la mentira, es necesario encontrar alguna grieta, algún detalle, alguna observación sobre la realidad que podamos, de antemano, saber que debe resultar de una forma específica en caso de ser real y verdadera, mientras que debe resultar de otra forma totalmente diferente si es imaginaria y falsa. Determinar cuál es tal observación y llevarla a cabo es la clave para determinar la verdad de cualquier afirmación acerca de la realidad, incluidas las “mágicas”.

Luego, la forma de discernir una realidad de otra es establecer una prueba que, en el primer caso, se pueda pasar con éxito más allá del azar, pero que sea imposible de pasar en el segundo caso. Si se diseña tal tipo de prueba y se lleva a la práctica, el resultado nos dirá si nuestra hipótesis puede ser cierta o si debemos descartarla. En cambio, si una prueba arroja un resultado similar en cualquiera de los dos casos (es decir, si tanto competentes como incompetentes por igual dicen ver una maravillosa tela), tal prueba no nos dice nada respecto de la veracidad o falsedad de la hipótesis.

En el caso de la tela mágica, sabemos que es visible (hipotéticamente) para los competentes e inteligentes. El problema es que no podemos confirmar tal cosa por simple testimonio de quien dice verla porque no podemos saber fácilmente si está mintiendo. ¡No sabemos ni siquiera si los propios tejedores pueden realmente verla! Podría ser que la tela sí exista, pero que tales tejedores solo tengan un trozo de ella aunque, por incompetentes, tampoco pueden tejer más de ella. Entonces, la clave es “ver”. ¿Cómo saber si alguien realmente ve la tela? Para ello, podemos echar mano de una prueba ciega y de estadísticas.

Poniendo a prueba la magia

La realidad de la tela mágica puede ponerse a prueba desarrollando un protocolo de prueba que permita aislar y minimizar cualquier interferencia de una causa ajena a un resultado positivo en la prueba (tales como engaños, estafas, otras explicaciones naturales, etc.) y, por lo tanto, la única forma de tener éxito en ella sea si las hipótesis siendo probadas fueran realmente ciertas.

Lo anterior se podría aplicar generando un protocolo de 7 etapas:

Primero: se le entrega a los tejedores una cantidad de bastidores circulares iguales de unos 50 centímetros de diámetro. Por ejemplo, 10 bastidores numerados del 1 al 10. Les pedimos a los tejedores que secretamente, en uno de ellos, coloquen la tela mágica invisible estirada; en un segundo bastidor, que coloquen una tela de seda normal pero de un color diferente como control (de manera que pueda diferenciarlas incluso alguien que vea ambas telas) y que dejen los otros 8 bastidores totalmente vacíos, pero con tachuelas como si tuvieran clavada una tela, de manera que un incompetente no pueda distinguir un bastidor vacío del que tiene la tela mágica que no puede ver. Los tejedores no deben decir a nadie cuál es el número del bastidor en que está la tela mágica, pero deben anotarlo en un documento que se pone a resguardo, por ejemplo en un sobre cerrado y lacrado, que debe ponerse a buen recaudo antes de la prueba, fuera del alcance de nadie que pudiera alterar tal registro.

Segundo: se construye un tabique de madera perfectamente opaco que tenga diez orificios circulares de unos 20 cm de diámetro, uno al lado del otro. Por un lado del muro se colocan ganchos que permitan colgar los 10 bastidores apegados al orificio de manera que desde el lado opuesto del muro solo se pueda ver a través del bastidor sin que se pueda ver al bastidor mismo, su número, ni cualquier detalle de éste que permita reconocerlo. Sin embargo, la tela o cualquier cosa puesta en el bastidor quedará bloqueando el orificio y será visible desde el lado opuesto del muro. Por el otro lado se colocan identificadores para cada orificio, por ejemplo una letra desde la “A” hasta la “J”.

Tercero: una persona de máxima confianza genera de antemano 10 secuencias de números del 1 al 10, donde cada secuencia coloca los números en un orden aleatorio, sin comunicar cuál será este orden específico a nadie.

Cuarto: se selecciona un número considerable de personas como sujetos de prueba, por ejemplo 30 personas. La mitad debe ser competente e inteligente, la otra mitad no. Como los tejedores son quienes mejor conocen a qué tipo de competencia e inteligencia reacciona la tela, son ellos quienes pueden entrevistar a los candidatos y seleccionarlos, bajo los criterios que ellos mismos estimen apropiados; pero no se debe informar a los sujetos en qué grupo quedaron. En particular, es clave que los dos tejedores sean parte de quienes participarán en la prueba como sujetos de prueba del grupo de “inteligentes y competentes”, para que demuestren su propia capacidad de ver la tela.

Quinto: la persona de confianza del tercer paso cuelga cuidadosamente los bastidores frente a los agujeros de acuerdo al orden pre-establecido que él definió y sólo él conoce, para preparar la primera ronda. Nadie más en el proceso de prueba, excepto él, debe saber cuál es ese orden de los bastidores.

Sexto: se hace pasar a los sujetos de prueba uno por uno, quienes deben observar desde una distancia prudente los 10 agujeros y deben anotar: su identidad, el número de ronda, en qué orificio ven la tela de control y en qué orificio ven la tela mágica (o, directamente, que no ven ninguna). Una vez que anotan su resultado en sobre cerrado, deben abandonar la sala del muro sin comunicar nada al resto de los sujetos que no han realizado aún la ronda, por ejemplo, llevándoles a una habitación diferente a aquella donde espera el resto, hasta terminar la ronda.

Séptimo: una vez que todos los sujetos pasan frente al muro en la ronda, la persona de confianza del paso 3 reordena los bastidores de acuerdo al paso quinto según el orden aleatorio de la siguiente ronda, y se inicia el paso de cada sujeto de prueba de acuerdo al protocolo del paso quinto, repitiendo el procedimiento para cada una de las 10 rondas.

Una vez realizadas las 10 rondas de prueba, terminaremos con 3 sets de datos:

  1. El número del bastidor donde está la tela mágica.
  2. El orden en los que se dispusieron los bastidores para cada ronda de prueba.
  3. Las respuestas de cada sujeto a cada ronda.

En este protocolo experimental, debiéramos encontrar que:

  1. Todos los sujetos vieron correctamente la tela de control en uno de los agujeros, sin errores.
  2. Ciertos sujetos no son capaces de ver la tela mágica y, por lo tanto, habrán marcado la tela mágica (si es que mintieron) en alguno de los 9 agujeros restantes, pero como no la ven, habrán acertado sólo por azar, con 1 posibilidad en 9 en cada ronda. En 10 rondas, es esperable que tales sujetos acierten 1 a 2 veces a la ubicación del bastidor de la tela mágica.
  3. Ciertos sujetos sí ven la tela mágica y, por lo tanto, habrán marcado la tela mágica acertando su ubicación tantas veces como acertaron a la ubicación de la tela de control, pues podían ver la tela mágica tan bien como la de control.

En la eventualidad que la tela mágica existiese y, efectivamente tuviera las propiedades que los tejedores dicen, habrá, por lo menos, dos sujetos en el caso 3: los tejedores. Tal grupo habrá pasado la prueba. Eso nos daría buenas razones para considerar la tela y sus propiedades como reales.

Por otro lado, si nadie, incluidos los propios tejedores, logra pasar la prueba (es decir, si todos tuvieran una cantidad de aciertos comparable a la del resto de los ciegos incompetentes del caso 2), tendríamos buenas razones para considerar que, o también son incompetentes, o simplemente la tela no existe.

Ahora, ¿es posible que cualquiera de los sujetos de prueba haya respondido por azar la posición de la tela mágica en forma correcta en las 10 rondas? Con 10 orificios y una tela real de control siempre visible en al menos uno de ellos, quedan 9 agujeros donde cualquiera puede intentar asignar al azar cuál tiene la tela mágica. La probabilidad de responder al azar correctamente un intento es de 1 sobre 9, es decir, un 11.1%, lo cual, si hubiera una única ronda y 10 sujetos, es esperable que al menos uno de ellos acierte puramente por azar aún si es completamente ciego a la tela mágica.

Pero si se repite la prueba otras 9 veces, la probabilidad de que un individuo acierte las 10 rondas por azar es de 1/9 elevado a 10, equivalente a 1 posibilidad entre 3.486.784.401. Una entre tres mil cuatrocientos millones, por lo que si la prueba es realizada intentando evitar cualquier trampa, resultan virtualmente nulas las posibilidades de que, por error o casualidad, se considere que la tela mágica es real.

Un resultado negativo también podría ocurrir si todos los involucrados, incluidos los propios tejedores, fueran “incompetentes”. Un resultado negativo o,  incluso, un cúmulo de resultados negativos, no llega a demostrar que las “telas mágicas” con ese tipo de propiedades no existan, porque hasta la mejor investigación de este tipo no puede demostrar o probar un negativo “universal” de inexistencia. De todas formas, ese resultado negativo hubiera sido una buena razón para ni siquiera considerar en contratar a tales tejedores, ahorrándose un gran gasto aparte de un gran chasco.

Demás está decir que, si el rey de la historia hubiera tenido asesores y ministros matemáticamente letrados y hubiera exigido previamente que tales tejedores hubieran demostrado tanto su tela y sus propiedades como su propia competencia con un mecanismo como el descrito, hubiera sido muy poco probable que el rey hubiera terminado desfilando desnudo por la ciudad.

¿Magia o engaño?

Ahora, si Ud., paciente lector, ha llegado hasta este punto, puede pensar que una prueba así de elaborada podría funcionar para poner a prueba la existencia de telas mágicas, pero ¿qué pasa con cosas mágicas de cualquier otra naturaleza?

Es cierto: cada afirmación sobrenatural, de ser cierta, tendría sus propias propiedades sobre la realidad y, de ser falsa, la realidad debería comportarse diferente en alguna forma distinguible respecto del primer caso. He ahí el desafío para cada persona deseosa de saber si lo que le proponen es cierto: determinar experimentos para poder evaluar la veracidad de la proposición.

Por ejemplo:

  • ¿Sanaciones milagrosas?: independientemente del mecanismo con el cual se gatilla la sanación milagrosa (oraciones, rituales, sacrificios, etc.), si el milagro existiera, debiera verse que, estadísticamente, la tasa de sanaciones (exitosas) entre quienes recurren al milagro es notoriamente más alta que en otros. No se requeriría que tal procedimiento sea 100% efectivo en todos los casos, pero la diferencia entre ambos grupos debiera ser totalmente notoria. Si ese no es el caso y las tasas son equivalentes entre quienes recurren al milagro y quienes no, es una buena razón para considerar tal tipo de milagro como inexistente.
  • ¿Divinidades personales?: muchas personas aseguran estar en contacto con diversas divinidades o espíritus, las que, por revelación divina, comunican a sus fieles y creyentes sus opiniones y designios sobre la vida humana, sus doctrinas y sus dogmas. Si esto fuera cierto, independientemente de que haya otras religiones (¿equivocadas?) que crean y adoren a dioses inexistentes, debiera haber al menos una religión donde todos sus fieles estuvieran totalmente de acuerdo en todo punto doctrinal, pues cuando hubiera cualquier disputa, duda o desacuerdo respecto de cuál es la postura correcta (a ojos de su divinidad) en cualquier situación, ya sea nueva o antigua, en vez de producirse peleas, debates teológicos, excomuniones, cismas o, incluso, guerras religiosas, en realidad los creyentes de esa religión consultarían (en forma personal) a su divinidad respecto de cuál es su opinión y la respuesta a ese dilema, obteniendo todos ellos una misma única respuesta (en forma independiente), sin coacción, influencia o adoctrinamiento humano. Si ese no fuera el caso, esperaríamos ver numerosas sectas que se dividen en numerosos detalles doctrinales y cada uno de ellos aduciría ser quien realmente sigue la “voluntad divina”, por revelación, en abierta contradicción de unos con otros.
  • Existencia de fantasmas: si, al morir, aunque sea una fracción de los seres humanos permaneciera en la tierra en una forma consciente, pero incorpórea, en calidad de fantasma, veríamos muchos casos de asesinatos, herencias o discusiones respecto de la voluntad del fallecido donde el fantasma de la persona aportaría información vital para resolver el caso. En el caso de asesinatos, el fantasma, al tener acceso a sus recuerdos e incluso ser testigo directo de su propia muerte, podría aportar detalles tales como la ubicación exacta de su cadáver, del arma homicida, la identidad o descripción precisa del asesino, de manera que habrían múltiples casos policiales resueltos en forma precisa, rápida y aplastante por… la cooperación del muerto. Pero si los fantasmas no existen, nunca veríamos tal tipo de información venir de los supuestos fantasmas o sus espíritus, y cualquier comunicación con tales entes sería vaga e inexacta.
  • Poderes paranormales: si ciertos poderes paranormales, tales como la precognición, telepatía o telekinesis existieran y fueran una capacidad de rara ocurrencia, pero factible para los seres humanos, en una población mundial de miles de millones como la actual, debiera haber una cantidad importante de seres humanos que en forma innata hubieran desarrollado tales capacidades desde pequeños y, además, un número de ellos sin duda podría usar tales habilidades para fines negativos, para sacar provecho ilegal de su habilidad. Si ese fuera el caso, deberíamos observar numerosos casos de personas que desbancaron exitosamente casinos, ganan la lotería un sinnúmero de veces lográndolo con una cantidad ridículamente escasa de intentos (por ejemplo, un juego, un premio), o bien habría genios inexplicables en las inversiones bursátiles y un largo etcétera. Si no fuera el caso, veríamos nulos ejemplos de personas así.

¿Puede imaginar otras afirmaciones mágicas de la realidad habituales? ¿Puede imaginar cómo debería definitivamente ser la realidad si de verdad ése fuera el caso? ¿Es eso lo que observamos realmente en el día a día? Este simple criterio podría dar muy buenas pistas para saber si estamos viendo realmente a un rey desnudo o si, en realidad, los incompetentes y tontos somos… nosotros.

Referencias:

Nota: este artículo fue originalmente publicado por su mismo autor en su blog personal; el texto publicado fue revisado y mejorado por el equipo editorial de AECH.