Los escépticos somos considerados por muchos como arrogantes e idiotas. Y es que quizás la actitud que ha tenido la comunidad escéptica a lo largo de los últimos años no ha sido la más apropiada.
Sin embargo, más allá de cualquier tipo de actitud que hayamos tenido, hay que reconocer que el escepticismo moderno no es una idea “fácil” de vender.
Ser escéptico requiere trabajo, dejar de lado el “asumir” cosas y, lo peor de todo, no hace ningún tipo de promesa (ni amenaza con castigos). Mientras las religiones prometen paraísos, vidas futuras y pasadas y hasta planetas completos a sus fieles (y horribles infiernos para aquellos que se desvíen de sus preceptos), el escepticismo solo ofrece un acercamiento más fiel, dentro de lo posible, a la realidad que nos rodea. De hecho, si no sigues una actitud escéptica, lo peor que te puede pasar es creer en algunas cosas que no son del todo exactas…
El marketing lo es todo
Actualmente trabajo en relaciones públicas y marketing, y sé bien que existen productos fáciles y otros complejos de vender. Mientras que es simple (o hasta inútil) publicitar Viagra, vender un sistema de noticias especializadas para negocios bajo un sistema de suscripción puede ser sumamente complejo.
De la misma forma, disciplinas magufas como “El Secreto” son muy fáciles de vender. Podríamos decir que son el “Viagra de las charlatanerías”. La promesa es simple: riquezas y felicidad a corto y largo plazo, por el módico precio de sonreír y pensar positivo.
¿Y qué alternativa ofrece el escepticismo? Si te mantienes crítico e intelectualmente honesto, obtendrás una mejor visión del mundo que te rodea. Importante, pero suena débil desde un punto de vista de ventas.
Imagínate que eres un obrero endeudado en un microbús y a éste se suben dos personas: una de ellas ofrece “El Secreto”, mientras que el otro vende el escepticismo. Personalmente, al menos a primera vista, la primera alternativa suena mucho más tentadora.
¿Cómo marketear algo tan poco sexy?
En términos simples, al escepticismo le falta carisma y sex appeal. No produce esa atracción intrínseca que tienen marcas como Calvin Klein, Victoria’s Secret o Chanel. Sin embargo, el punto de venta del escepticismo no es complejo de entender: es una vacuna contra charlatanerías. Eso vende, pero depende mucho del ángulo.
Por ejemplo, si durante años he tomado homeopatía y he gastado cientos de miles de pesos en ese tipo de “remedios”, ¿quiero sentirme como un estúpido y asumir que he sido ingenuamente embaucado por todo ese tiempo? No suena tentador. El asumir que la homeopatía no tiene evidencia que muestre que funciona me haría sentir mal, sin paliativos para tal malestar intelectual (disonancia cognitiva). El escepticismo no dice : “la homeopatía no tiene evidencia que demuestre que funciona, pero estas piedras mágicas de Taiwán curarán todos tus males por un precio mucho más bajo”. El escepticismo solo te dice que tu cuerpo se sana por sí solo de muchos de sus males y que, para casos más complejos, hay que fiarse de la “malvada” medicina tradicional, con todos sus intereses corporativos de por medio.
Nuestros obstáculos
Hay un punto que es muy común entre nuevos escépticos y ateos. Cuando uno “descubre” que existen nuevas perspectivas para entender la realidad sin necesidad de apelar a la magia de por medio, un mundo entero se abre, mientras que otro se cierra violentamente. Esto suele producir dos emociones que entran en un conflicto interno: por un lado, se siente rabia, lo que es muy común para cualquier persona que siente que ha sido engañada, mientras que por otro lado también hay un cierto júbilo por descubrir que perder la religión no es una desgracia, sino que tan solo el descubrimiento de un nuevo mundo interno en el cual no existe el miedo a lo sobrenatural.
Esto no debería ser un problema per se, pero nuestra naturaleza social produce un efecto poco deseable, pues cuando descubrimos algo revolucionario, sentimos la necesidad de hablar del tema. Compartir los intereses propios es algo supuestamente positivo, pero puede llegar a ser un problema cuando las personas se ponen monotemáticas y confrontacionales. Esto es algo muy común entre los nuevos escépticos y ateos, cuyo comportamiento puede durar desde un par de semanas y hasta un par de años (y en algunos casos particulares, pareciera que durará hasta la muerte).
Por ejemplo, es muy frecuente que los nuevos integrantes de la AECH hablen hasta por los codos sobre escepticismo durante las primeras reuniones. Es esperable y hasta refrescante ver a alguien con esa emoción del descubrimiento de personas con pensamientos afines.Con el tiempo, esa emoción se calma, madura y el escéptico entiende que el fervor inicial de la “evangelización mundial” en pos de exponer la ignorancia ajena es poco fructífero y hasta un poco políticamente incorrecto y busca caminos alternativos, menos agresivos y mucho más sutiles de los que soñó en un inicio. Tales métodos no encienden tanto las pasiones por seguirlo, pero son infinitamente más efectivos.
Tómate un Armonil
No es ningún secreto que la postura del constante ataque ideológico no genera muchos amigos, pero entiendo que es difícil controlarse al principio, viendo tanta estupidez e ignorancia alrededor de uno. Dan ganas de gritar y la persistencia de la irracionalidad causa un poco de desespero. Personalmente, me sentí de esa manera por mucho tiempo, ya que alguna vez yo también fui un «novato soñador” y, aunque mis intenciones en aquél tiempo eran muy «puras», mirando en retrospectiva, tiendo a creer que toda mi pasión generó una mala impresión en mis cercanos acerca del escepticismo.
Hoy en día, la edad y los años como escéptico me han enseñado que, para crear un poco más de espíritu crítico en los que nos rodean, uno debe ser calmo, educado, didáctico y poco confrontacional. No es exactamente el ataque frontal al dragón que uno soñó en un princpio, pero es mucho más realista.
No podemos dejar que, al intentar clarificar nuestra postura, la gente se sienta atacada. No hablo de ceder y conceder ideas ridículas. Más negativo aún es tratar de parecer ser “abierto de mente”, llegando a acuerdos como que los duendes no existen, pero que los fantasmas, quizás. Lo importante es dejar que la racionalidad predomine y entender que ciertas «acaloradas conversaciones» simplemente no valen la pena
Sé selectivo
Es importantísimo saber elegir bien las batallas que uno lucha. Es imposible ser escéptico de cada frase, historia y dato que uno encuentra día a día. ¿Es verdad que la Luli peleó con Adriana Barrientos en la discoteca o es todo solo un tongo para atraer atención? Probablemente no irás a la discoteca en cuestión a investigar o gastar tu precioso y escaso tiempo en tratar de averiguar si es o no verdad. La razón es bien simple: porque en realidad no es algo tan importante para ti.
Si un compañero de trabajo llega el lunes contando que tuvo una cita con una mujer y la llevó al cine, probablemente le vas a creer. Puede ser una completa patraña y él no hizo más que quedarse en la casa a ver una maratón de Melrose Place. Sin embargo, es una actividad normal para un fin de semana y obviamente no vale la pena a cuestionarlo más allá.
Supongamos ahora que este amigo es alguien poco atractivo e incluye en la historia que la mujer en cuestión es una modelo maravillosa, quien pagó por la cena y le suplicó tener sexo en el baño del cine porque ya no soportaba ni un minuto más a su lado sin poder sentir su potencia sexual. Cualquier persona en su sano juicio miraría la historia con –adivinaste– mucho escepticismo.
Ahora, supongamos que este tipo dice que esta mujer no solo es modelo, sino que es la mismísima Kate Upton, quien viajó en secreto a Chile solo para tener una cita con él. ¿Qué haría una persona normal en su lugar? Se reiría en su cara (lo que no es una acción muy educada) o bien haría lo racionalmente correcto: le pediría evidencias que demuestren sus afirmaciones.
Ahora, para realmente aceptar racionalmente como cierta cualquiera de las historias anteriores, son necesarias evidencias concretas, no sólo afirmaciones. Sin embargo, en un contexto real y coloquial del día a día, para la primera historia realmente no se necesita evidencia alguna porque es una anéctoda común y corriente en la cual, digamos, puedes tener “fe”. Sin embargo, para el segundo caso, el cual es mucho más fantástico, lo mínimo sería pedir una foto de tu amigo junto a la modelo, algún mensaje de texto o algo similar para poder al menos comenzar a considerar la posibilidad de que la historia es verídica. En el tercer caso, el más espectacular (y menos probable), uno pediría todo lo anterior y mucho –mucho– más. A fin de cuentas, afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias.
La atracción del escepticismo
Tener un espíritu crítico no significa dudar de cada cosita del día a día. Eso más bien produce el rechazo que sentimos con frecuencia. La mejor forma de dar a entender nuestro punto de vista es explicar que vemos la realidad de una forma distinta, que miramos más allá de lo obvio, que no asumimos cosas solo porque parecen tener sentido bajo nuestra falible percepción y aparente lógica. Nosotros buscamos evidencias y tratamos de separar la basura del oro… pero siempre y cuando la búsqueda valga la pena.
¿Tenemos que saber si Karol Dance se sometió realmente a una rinoplastia? Al menos en mi caso, el que lo haya hecho no me importa en lo más mínimo (y si conozco en algo al público de la AECH, muy probablemente a muchos de ustedes tampoco). Pero si mañana Bachelet anuncia que Dios le dijo que Perú planea atacarnos y que debemos partir a la guerra antes que ellos puedan tomar la delantera, probablemente vas a necesitar un «poquito» más que solo la palabra de la presidenta, ¿no crees?
Y es así como deberíamos vender el escepticismo: en vez de destacar la ignorancia ajena esperando que se den cuenta que nuestra forma de pensar se acerca más a la realidad, deberíamos siempre “publicitarlo” como una metodología de disectar las mentiras y de acercarse lo máximo posible a la verdadera versión de los hechos, para que a uno no le pasen gato por liebre. El escepticismo es aplicable todos los días y es sumamente útil para todo el mundo, y es por ello que el mundo debería saberlo.
En un país –y un continente– donde la corrupción, la charlatanería y la mentira son lugares comunes, vender un antídoto ante la pillería y el abuso no debería ser muy difícil. Solo hay que tener cuidado con la forma en que se entrega el mensaje…