Caminando sobre brasas (Imagen: The Morningstarr) |
Por Jorge Pinochet I.
Los escépticos suelen sostener que las afirmaciones extraordinarias requieren de pruebas extraordinarias; también sostienen que el peso de la prueba recae sobre quien realiza una afirmación extraordinaria. Sin embargo, una vez que las pruebas han sido aportadas, el peso de evaluarlas recae sobre los escépticos, y dicha evaluación puede resultar sumamente ardua, en especial cuando las presuntas pruebas esconden algún truco cuyo funcionamiento dista mucho de ser evidente. En estas situaciones, hasta los espíritus más escépticos pueden ser engañados, y de ello doy testimonio personal.
Un claro ejemplo son las caminatas sobre brasas ardiendo. ¿Quién no ha observado alguna vez con estupor aquella impactante proeza? Un faquir descalzo camina sobre brasas al rojo sin experimentar el más mínimo daño. No hay señales de heridas ni quemaduras; tampoco se aprecian signos de dolor. Además, la hazaña se desarrolla a escasa distancia de la concurrencia, que puede dar fe de la veracidad del espectáculo que está presenciando. ¿Nos encontramos frente a un fenómeno sobrenatural? ¿Acaso el faquir está embebido de algún poder milenario que le hace invulnerable al fuego e inmune al dolor?
Como espero dejar en claro dentro de poco, la hazaña del faquir esconde una pequeña trampa, o como diría un ilusionista, hay un truco… un truco que sólo salta a la vista cuando es sometido al escrutinio de la ciencia. Por lo tanto, si usted, amable lector, desea convertirse en un faquir, sólo requiere de una buena dosis de coraje, muchas horas de práctica, y desde luego conocer el truco detrás de la fachada. Le invito a descubrirlo:
Existen principalmente dos factores que permiten explicar las caminatas sobre fuego: las brasas poseen una baja capacidad calorífica y una pobre conductividad térmica. Vamos por parte. Quizá, la mejor forma de introducir la capacidad calorífica consiste en definirla como una suerte de inercia térmica, vale decir, es una medida de la resistencia que presenta un material a modificar su temperatura. Cuanto mayor es la capacidad calorífica de una sustancia, mayor es la resistencia que opone a variar su temperatura. De este modo, los materiales con una alta capacidad calorífica pueden absorber o desprender grandes cantidades de calor sin experimentar cambios considerables en su temperatura.
El caso del agua es uno de los más notables, porque posee una capacidad calorífica muy elevada. Como requiere bastante energía aumentar su temperatura, el agua es un refrigerante sumamente útil, y se usa en los sistemas de enfriamiento de los automóviles y otros motores de combustión. Y como también se enfría con mucha lentitud, aquellas localidades que se encuentran próximas a grandes extensiones de agua, como océanos o lagos, tienen mejor clima porque las variaciones en la temperatura son menos pronunciadas.
Por otra parte, los materiales con una baja capacidad calorífica pueden presentar importantes variaciones en su temperatura, aun cuando absorban o desprendan pequeñas cantidades de calor. La madera deshidratada es un claro ejemplo de esta clase de materiales, y como usted ha de saber, las brasas ardiendo no son otra cosa que trozos de madera deshidratada en combustión. ¿Logra ver la conexión? Por si aún no queda claro, el hecho de que la madera deshidratada tenga una baja capacidad calorífica significa que, pese a estar ardiendo y poseer una elevada temperatura, comparativamente desprende poco calor, y es precisamente el calor transferido a la piel lo que provoca quemaduras; a menor cantidad de calor depositado en la piel, menor el daño causado.
Hablemos ahora de la conductividad térmica. Para ello, acudamos a un ejemplo apetitoso y familiar: una pizza es introducida en un horno caliente. Luego de algunos minutos, la temperatura en el interior del horno puede alcanzar valores del orden de 200 grados Celsius (200 ºC), vale decir, unos 473 grados Kelvin (473 K). Como bien sabe hasta el más inexperto cocinero, cuando el horno es abierto para retirar la bandeja con la pizza, lo primero que debemos hacer es proteger nuestras manos con guantes aislantes, pues de otro modo nos exponemos a sufrir severas quemaduras. Sin embargo, la experiencia demuestra que el aire que se encuentra dentro del horno no reviste ningún riesgo, pues podemos introducir nuestras manos sin protección alguna y pese a ello no sufrimos daños. Por otra parte, las leyes de la termodinámica nos garantizan que luego de algunos minutos de cocción, todo lo que existe dentro del horno alcanza un estado de equilibrio térmico, lo cual significa que no sólo la bandeja metálica y la pizza se encuentran a una temperatura de 200 ºC sino también el aire dentro del horno. ¿Cómo se explica que la bandeja nos pueda causar graves quemaduras, en tanto que el aire no produce ningún daño? Pues bien, sucede que el aire posee una baja conductividad térmica, mientras que la bandeja tiene una conductividad térmica bastante elevada.
Como sugiere su nombre, la conductividad térmica de un material es una medida de cuán eficazmente conduce el calor. En otras palabras, los materiales con una alta conductividad térmica, como es el caso de los metales, permiten que el calor circule con facilidad a través de ellos. De ahí que resulte tan peligroso el contacto con la bandeja metálica, puesto que ella puede transferir calor a nuestras manos con gran eficiencia. Por el contrario, el aire posee una baja conductividad térmica, lo cual significa que su capacidad de conducir calor es bastante pobre, de modo que no existe riesgo al entrar en contacto con el aire caliente, a pesar de encontrarse a una temperatura de 200 ºC. Algo similar ocurre con la madera deshidratada, pues su capacidad para conducir el calor es reducida, aunque es mayor que la del aire, de modo que las caminatas sobre brasas ardiendo revisten un riesgo no despreciable de sufrir quemaduras.
Además de la baja capacidad calorífica y la pobre conductividad térmica de las brasas, el espectáculo realizado por los faquires también se explica observando que al caminar sobre las brasas se impide al aporte de oxígeno en el punto de contacto con los pies, lo cual se traduce en una detención momentánea del proceso de combustión. Además, el tiempo de contacto entre los pies y las brasas es muy breve, del orden de una fracción de segundo, y como el calor transferido entre dos cuerpos depende, entre otras cosas, del tiempo de contacto, el riesgo de sufrir quemaduras se reduce de forma considerable.
Si alguna vez tiene usted la posibilidad de presenciar una caminata sobre fuego, solicite al faquir que mantenga sus pies en contacto con las brasas unos cuantos segundos sin moverse de su posición; puedo asegurarle que el faquir se negará rotundamente; los faquires podrán ser excéntricos, pero no están mal de la cabeza. Ahora bien, si desea ponerse aun más quisquilloso, sugiera al faquir que camine sobre una superficie metálica plana y estable a la misma temperatura de las brasas… puedo asegurarle que el desdichado faquir huirá despavorido y quizá hasta rompa algún récord de velocidad.
Finalmente, debemos considerar un aspecto pintoresco de las caminatas sobre fuego, aunque no por ello menos importante: el espectáculo se desarrolla generalmente de noche, algo no casual, porque la oscuridad realza el fulgor de las brasas, aumentando con ello el impacto y el asombro de la concurrencia… no podemos negar que los faquires, al igual que los ilusionistas, poseen un alto sentido del espectáculo. Si la lectura de estas líneas despierta en usted el deseo de transformarse en un faquir, es importante señalar que siempre existe un riesgo de quemadura involucrado, por lo tanto, le sugiero actuar con extrema cautela antes de decidirse a caminar sobre fuego.
En suma, no es necesario recurrir a discursos paranormales, parapsicológicos o sobrenaturales para explicar las caminatas sobre brasas ardiendo. Y lo mismo puede afirmarse acerca de innumerables fenómenos considerados generalmente como auténticas manifestaciones de lo sobrenatural. Por lo tanto, una vez que se han tomado los debidos resguardos, cualquiera puede convertirse en faquir… y sin morir en el intento.
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