«Querido anónimo divulgador de lo paranormal, sabes perfectamente que muchas personas se esfuerzan día a día, desde muy variadas ocupaciones, en descifrar el funcionamiento de la naturaleza, averiguar nuestra historia, mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos, perfeccionar los tratamiento de los miles de enfermedades a que estamos expuestos, reducir las tensiones entre las gentes con distintos credos, educar a nuestros niños y jóvenes, utilizar la razón, en definitiva, para despejar las tinieblas de la ignorancia. Como sabes también que la ignorancia es el camino más corto a la miseria, la pérdida de libertades, la intolerancia y el fanatismo, y a ser víctima del engaño y la manipulación. Tu tarea consiste en tirar en dirección contraria. Lo sé, es una acusación terrible.
No estaría bien que intentaras justificarte con el rollo ése de que eres un perseguido por la ciencia oficial; eso de que tus teorías son tan avanzadas que los científicos se verían obligados a rechazar sus “dogmas” y que por eso se empeñan en ningunearos. Sabes, o deberías saber, que los científicos no tienen dogmas sino leyes provisionales sometidas a continua revisión y mejora, como la historia de la ciencia se empeña en demostrar. No eres ningún Galileo, aquel científico revolucionario que no fue silenciado precisamente por los científicos. Galileos ha habido pocos, mientras que los charlatanes son legión. Lo que pasa es que éstos no acostumbran a pasar a la posterioridad, y los pocos que lo hacen suelen servir de ejemplo a evitar».
Extracto del libro El yeti y otros bichos ¡vaya timo! (2007), de Carlos Chordá, editorial Laetoli.