Por Bernardo Domingues Botelho
La AECH es una asociación bastante nueva, sin mucha historia ni una base sólida. No me malinterpreten: está mejorando cada vez más y, para el poco tiempo que lleva, creo que se ha desarrollado mucho mejor de lo que hubiera pensado que fuera posible para un grupo de esta naturaleza en Chile. La dirección del grupo es seria, sus integrantes son comprometidos y yo, como nuevo miembro, ya me siento orgulloso de ser parte de esta institución.
Lo que hace que la tarea de la AECH sea tan apasionante es esa sensación de ser un pequeño caballero luchando contra un enorme dragón, que se ve como un oponente imposible de vencer. ¿O no es tan así?
En las reuniones semanales de la AECH se discute sobre los pasos a seguir y, cuando hablamos de la realidad chilena, se genera un cierto desánimo, ya que es muy difícil marcar un pequeño cambio. Uno grande, ni hablar. Y como nadie gana plata en la institución, tenemos que realizar nuestras actividades en los ratos libres, que no son muchos.
No tenemos la ventaja de tener una jerarquía de “empleados” como las distintas iglesias, ni podemos dedicarnos a “leer la suerte escéptica” de nadie. No es nuestro gana pan ni debería serlo. Ser escéptico es tan solo una forma de ver la realidad; una que se basa en distinguir entre lo que es real y lo que no lo es basado en parámetros aceptados de la observación, la evidencia y la razón.
Si yo digo que algo es real, debo ser capaz de demostrarlo… o al menos decir donde se puede encontrar tal evidencia. Es harta pega. Por el otro lado, vemos que los curas no tienen que demostrar que Dios existe ni que la Biblia es su palabra. Tampoco los oráculos modernos tienen que explicar los parámetros en los que se basan para predecir el futuro.
En una sociedad inundada por el pensamiento mágico-religioso, nuestra tarea parece casi imposible. Hacer que la gente reflexione y exija evidencias parece ser pedir demasiado. Pensar tanto para darse cuenta de que el mundo no es mágico no parece valer demasiado la pena.
El otro día conversé con un amigo – un hombre culto e inteligente – sobre el más allá y qué pasa cuando te mueres. Le dije: “no sé, pero creo que te mueres nomás”. No hay ninguna evidencia o razón que me haga inclinar hacia la creencia de una vida después de la muerte.
Mi amigo me replicó con lo yo que considero la base de las creencias sobrenaturales: “Pero qué fome si fuera así, ¿o no? No es muy esperanzador”. Al escucharlo decir eso, le respondí: “¿prefieres creer en un cuento de hadas de hace 2.000 años atrás solo para sentirte mejor?” Me respondió que no, pero lo veía como algo difícil de aceptar y la verdad es que no puedo culparlo.
Cambiar la forma de pensar y ver el mundo no sólo significa que, de un momento a otro, verás todo desde otra perspectiva. Se requiere raciocinio, reflexión y estudio. Algo para nada simple y que es, tal como ya mencioné, “harta pega”.
Ser escéptico es un desafío constante: hay que investigar y dudar de la mayoría de lo que te dicen. No dudar de forma desconfiada, sino que siempre generar una duda sana, ya que las demás personas y medios de comunicación, de forma intencional o accidental, siempre te darán argumentos total o parcialmente falsos, que deben ser puestos en duda para llegar a la verdad.
Y eso puede volverte loco, por lo que hay que seleccionar qué es lo que se pone en duda y qué es lo que se cree. Pero ante tal desafío, es harto más simple creer en la virgen y en los ángeles, ¿verdad?
Sí que lo es, si quieres vivir en un mundo de fantasía y no en el mundo real. Aquí no todo tiene una finalidad o un propósito. Las cosas suceden de forma arbitraria, sin razón y todo tiene una explicación científica. El que lo podamos explicar satisfactoriamente o no es un reto constante.
Viéndolo bajo este prisma, la nuestra parece una causa perdida. Pero como todo, es una cuestión de perspectiva.
En una sociedad como la nuestra, es común ser pesimista respecto a la juventud. Y ha sido así desde hace mucho tiempo. Hace años atrás, se creía que el rock n’ roll dejaría a la juventud seriamente dañada y el futuro sería negro. Hoy, aquí estamos y Chile nunca ha estado mejor. Pero este reggaetón sí que es dañino y el libertinaje sexual de los jóvenes de hoy predicen un negro futuro para Chile. ¿Te suena familiar? Quizás hasta concuerda con tu forma de pensar.
Se dice que la educación hoy es pésima y los jóvenes salen de los colegios sabiendo apenas leer e ingresan a las universidades con un nivel pobre, creando profesionales mediocres, no preparados para hacer de Chile un país desarrollado. ¿Hay algo de verdad en esto? Obviamente que sí y es un problema grave y real que debe ser atendido por nuestras autoridades con fuerza y urgencia. Pero compararlo con “tiempos de antaño”, donde la educación supuestamente sí era buena me parece francamente ridículo.
La educación en Chile ha sufrido muchas mejoras y también ha empeorado en muchos aspectos, pero ¿de verdad estábamos mejor en los años 70, con un puñado de universidades a nivel nacional, donde solo ingresaban los sectores más privilegiados? ¿Estábamos mejor cuando casi la totalidad de la población rural era analfabeta? ¿Estábamos mejor con grandes conflictos sociales y militares en las calles? Es discutible, pero creo que no.
Creo que la libertad y la educación están mejor de lo que nunca han estado. Y mejorarán aún más en los próximos años. No será una tarea simple ni rápida, pero eso es lo que se ve. Prueba de ello es el hecho de que la AECH exista como grupo. ¿Te puedes imaginar una organización como la nuestra en los años 70? Seríamos considerados un bando de comunistas o, en el mejor de los casos, estaríamos violando la moral y las buenas costumbres de nuestro país cristiano.
Pero existimos sin problemas y el número de jóvenes que han adherido al escepticismo es cada vez mayor. Somos pocos, pero crecemos. Y eso se lo debemos a la mejor educación, el aumento de la libertad de expresión y a la mayor tolerancia a ideas distintas.
La AECH puede ser clave para este futuro, pero no será ni de cerca el motor del cambio… sólo le podrá pegar un pequeño empujón. Los tres elementos antes citados – educación, libertad y tolerancia – son los verdaderos factores que darán vuelta la balanza a largo plazo.
Y de verdad creo – y espero – que dentro de algún tiempo, el escepticismo será la norma y no la excepción. Este tiempo es variable y depende de una serie enorme de factores… pero es todo lo que necesitamos.
Esto no quiere decir que debemos hacer nada y esperar pacientemente durante los muchísimos años que tardará este cambio. Muy por el contario, hay que empujar nuestra agenda mucho más agresivamente, aunque siempre respetando al prójimo (qué cristiano de mi parte) y no dar tregua a los charlatanes sobrenaturales.
Díganme optimista, pero simplemente no concuerdo con esa visión pesimista de que nos acercamos a un negro futuro. De hecho, creo que la sociedad será cada vez más escéptica, aunque seamos muy viejos cuando los cambios se noten.
Me disculparán lo nerd, pero quiero citar a Gandalf en “El Señor de los Anillos” para concluir este texto, ya que creo que es muy apropiado: “Nadie elije la época en la que nace. Todo lo que nos queda es decidir qué hacer con el tiempo que nos es entregado”.
Bernardo Domingues Botelho |