Dentro de los círculos ateos ya es bien conocida la campaña lanzada por Richard Dawkins llamada “The Out Campaign”. Se trata del llamado a los ateos del mundo a salir del closet para ser de una vez contados y escuchados. Sabemos que para un ateo puede ser incómodo, difícil y hasta peligroso declararse como tal.
A partir de esta campaña, y como lo que nos convoca es el escepticismo, estaba pensando en cómo sería para un escéptico salir del closet y si es que lo necesita.
Hemos conversado sobre la idea negativa que tiene el público general sobre el término escepticismo. Se asocia con gente amargada, sin convicciones, desconfiada, pedante, casi antisocial.
Y la verdad, es que para la gente no debe ser muy agradable que aparezca un tipo cuestionando cada idea, cada certeza que pueda tener. El problema es que las personas tienden a tomar la crítica a las ideas como algo personal y a veces los escépticos podemos ser poco diplomáticos.
Recuerdo que una vez les conté con entusiasmo a mis amigos que me había suscrito a una revista escéptica y se rieron a carcajadas de mí. Hasta el día de hoy no entiendo bien porqué, ni si quiera tuve la oportunidad de explicarles lo que significa ser escéptico (para ese entonces tampoco lo sabía muy bien).
Ese episodio me hizo advertir que el escepticismo es un bicho raro que muy pocos se dan el tiempo de conocer, pero del que no tengo porqué avergonzarme ni ocultarlo.
Decidí salir del closet, quiero contarle a la gente que soy una escéptica, aunque se que aún no me resulta del todo, sobre todo cuando esa fea costumbre de querer tener la razón me domina. Parece que el camino del escepticismo es uno que nunca termina, quizás justamente en eso reside su valor.
Para un escéptico, salir del closet significa un abnegado apostolado, ya que siempre hay un charlatán que desenmascarar, un pensamiento mágico que despejar, una idea irracional que derribar, incluso, derribar nuestras propias viejas y queridas ideas. Y como el mundo está lleno y rebosante de irracionalidad, en nuestro camino escéptico perderemos amigos y ganaremos enemigos. Todo lo anterior, claro, si tomamos la vía activa y no nos guardamos nuestro libre pensamiento y escepticismo para nosotros mismos. Pero no creo que sea posible guardarlo, al menos no sin sufrir una especie de travestismo incómodo.
Entiendo que el escepticismo es una forma de plantearse frente al mundo, es algo que se cuela por todas las decisiones y posturas que tomamos. Es una forma de razonar el mundo y, por eso, no podemos ocultarlo, sería negar todo lo que somos.
Es cierto que los pastos apacibles de la tradición y de la costumbre son más cómodos que los solitarios caminos de la duda, pero no quiero pastar como una oveja.
En nuestra sociedad estamos rodeados de falta de pensamiento crítico, desde lo más sagrado, como las convicciones religiosas, a lo más banal como la moda o la pertenencia a un equipo de futbol. Yo estoy dispuesta a meter la nariz en todo el espectro de irracionalidad.
Así como salí del closet ateo, ahora me apresto para dejar el closet del escepticismo, un closet menos conocido pero más vasto.
Y a ti, querido lector, si sientes que eres un escéptico y que necesitas salir del closet quiero decirte ¡En hora buena!