«El escepticismo científico no responde a todas las preguntas. En un tiempo, enfrentado a la falta de evidencias físicas, yo pregonaba que la ausencia de pruebas era razón suficiente para apostar por su irrealidad: lo que para algunos eran naves extraterrestres podía ser explicado como meteoritos, planetas, globos, aviones o reflejos en las nubes. Es decir, mi preocupación seguía enfocada en los objetos. Reemplazar naves del espacio exterior por satélites artificiales era cambiar era cambia unos artefactos por otros. Aunque el segundo tipo de explicaciones tiende a encajar con la mayoría de los avistamientos, seguimos sin identificar las causas inmateriales, los factores subjetivos que nos permitan comprender su naturaleza esencial.
Hoy sé que el exceso de celo racionalista puede dejar afuera la dimensión humana de estas historias, y que la calidad deficiente de la información afecta tanto a partidarios como a detractores. De un lado y del otro, casi siempre triunfa el deseo de impactar al público antes que el de construir narraciones honestas sobre las cosas tal como pudieron haber sucedido.
Cuando era ufólogo y me preguntaban si creía o no creía en estas historias, he contestado: “Los ovnis no son una cuestión de fe”. Hoy también sé que eso es falso: dioses y ovnis son parte del mismo fenómeno. Dios, como los platos voladores, se sustrae al escrutinio científico. Ambas entidades, por su carácter escurridizo, se desplazan más rápido que los sentidos, como los deseos difíciles de alcanzar. Son una hipótesis en suspenso, salvo en experiencias personales —por definición intransferibles— como las visiones místicas o las observaciones directas. Así como algunas doctrinas, rituales y creencias son sancionadas por los teólogos, el enigma de los ovnis tiene sus especialistas. Algunos ufólogos aseguran que las evidencias sobre la realidad de los ovnis es controvertida porque poseen una tecnología que les permite disfrutar de cierta clase de invisibilidad selectiva. Otros hablan de ovnis fortuitos, invisibles a los ojos humanos pero extraordinariamente fotogénicos: pareciera que basta con disparar al voleo hacia cualquier sector del cielo para fotografiarlos. “Están, pero sólo la cámara puede detectarlos”, explican. Esta clase de argumentos, que tanto recuerdan a los de la teología para justificar la intangibilidad de las manifestaciones divinas, ahora me parecen simplemente perfectos».
Extracto del libro Invasores (2009), de Alejandro Agostinelli.