El ataque del hada de los dientes

por | 9 febrero, 2015
No exactamente esta… espero.

Una de las gracias de tener hijos es la satisfacción de verlos crecer, lo divertido que es ver cómo van madurando y, a veces, razonando cosas en forma tan curiosa o graciosa que es una delicia; en especial cuando los razonamientos infantiles son inocentes e ingenuos, pero sinceros…

Como me ocurrió hoy.

Esta mañana, mi pequeña hija, que ayer perdió uno de sus dientes de leche, me visitó triunfal para decirme:

– Papá, papá: ¡el hada de los dientes existe! Mira, me dejó muchas monedas ¿Viste? ¡Es verdad!

Y me mostró un puñado de brillantes monedas que encontró esta mañana bajo su almohada. ¿Qué mejor evidencia podría esperar el más escéptico de los infantes para convencerse de que el hada de los dientes es real?

Bueno, para llegar a este punto, pasó que ayer, cuando el diente de mi hija estaba a punto de caer, estaba adolorida, asustada y temerosa. Sin duda perder sus primeros dientes es algo que no le estaba gustando ni tendría porqué gustarle. ¿Qué mejor que ayudarle a olvidar sus miedos y darle un giro positivo a la experiencia? Así que mi esposa no encontró mejor idea que contarle que si su diente caía pronto y ella no lo tragaba o perdía, el hada de los dientes la visitaría y le dejaría monedas.

¿Mentira blanca? Tal vez, pero de pronto la experiencia de estar perdiendo un diente se transformó en toda una promesa de ganancia y mi hija se sintió bastante, pero bastante mejor. El poder del dinero.

Esa noche, mi hija me dijo en su cama que esperaba que el hada viniera a visitarla tal como le dijo su mamá; ante semejante situación, ¿qué más se puede hacer que sacar un buen provecho?: le sugerí que cerrara los ojos y durmiera profundo, pues si el hada venía y la veía despierta, se iría sin dejarle nada. Cinco segundos después, estaba con los ojos cerrados como nunca y no los volvió a abrir hasta la mañana siguiente, durmiendo tranquila como pocas noches. Win-win.

Ahora, como tal vez pasen años antes de que ella sea capaz de leer esto, puedo contar en voz alta en este lugar algo que, asumo, muchos de ustedes ya deben saber:

El hada de los dientes no existe.

Bueno, pero dado que eso es un “secreto a voces” entre los adultos, escuchar el razonamiento de mi hija y la seguridad con lo que se lo contó a su papá escéptico, sin duda que me sacó una sonrisa. Pero, luego, en la ducha, pensaba que más allá de lo obvio, ¿dónde está lo falaz de su razonamiento? ¿Por qué las monedas no demuestran que el hada de los dientes existe?

Sin duda, todo un tema digno de meditar, aunque no apto para discutir con una mocosa feliz saltando alrededor con sus recién ganadas monedas, pero sí para afinar nuestra mente racional. ¿Dónde está la trampa?

¡Ganando cuernos!

Hace algunos días me crucé con un silogismo, atribuido a los griegos, que ejemplifica muy bien la misma metedura de pata racional que hace que entidades como las hadas de los dientes demostradamente existan a los ojos de los niños pequeños. El silogismo dice así:

P1: Si tú tienes algo, entonces es que no lo has perdido.

P2: Tú no has perdido cuernos.

C: Por lo tanto, tú tienes cuernos.

La primera premisa es sin duda verdadera. No se puede perder algo que positivamente tienes en tu poder. La segunda premisa es probablemente cierta para el 99,9999% de la humanidad y me incluyo. Desde que nací, nunca he perdido un cuerno.

Pero la conclusión C, sin duda que no es cierta. Yo no tengo cuernos, ni conozco a ninguna persona que (físicamente) los tenga. Entonces, ¿qué ocurre? ¿Por qué la conclusión, que parece razonable, falla?

La trampa es que ese silogismo toma la forma de la “falacia de la afirmación del consecuente”: la verdad de las premisas P1 y P2 no garantizan la verdad de la conclusión y, por lo tanto, es un argumento inválido[Nota 1].

La falacia de la afirmación del consecuente toma la siguiente forma canónica:

P1: Si P entonces Q.

P2: Q [es cierta].

C: Por lo tanto P [es cierta].

En P1 el antecedente “P” es una condición que, de ser cierta, causa la verdad de la consecuencia “Q”. Luego, en P2 se “afirma” la veracidad de la consecuencia Q (de ahí el nombre de la falacia) como la razón para aceptar la veracidad del antecedente.

El truco de la falacia es que, en la implicancia “Si P, entonces Q”, es perfectamente posible que Q sea cierto sin que P lo sea[Nota 2]. Por ejemplo, es posible no haber perdido algo (Q verdadero) porque, en la práctica, ¡nunca lo tuviste en primer lugar! (P falso).

Ahora, para ver cómo esto aplica en el razonamiento del hada de los dientes, podemos construir su argumento de manera más formal:

P1: Si el hada de los dientes existe (P), entonces deja monedas bajo la almohada (Q).

P2: Hay monedas bajo la almohada (Q).

C: Por lo tanto el hada de los dientes existe (P).

Pero atacar al hada de los dientes es un blanco muy fácil, en especial cuando virtualmente todas las personas adultas y razonables saben que tal entidad no existe. Por ejemplo, uno podría ir tras peces más gordos, que usan razonamientos similares, tal como:

P1: Si el chupacabras existe (P), entonces aparecerán animales de granja muertos de forma inexplicable (Q)[Nota 3].

P2: Han aparecido animales de granja muertos de forma inexplicable (Q).

C: Por lo tanto, el chupacabras existe (P).

Pero, ¿para qué ir tras seres míticos de alcance tan limitado como el planeta Tierra… cuando se puede ver el razonamiento aplicado a entidades mucho más poderosas y universales?

P1: Si el dios creador de todo realmente existe (P), entonces el universo, la vida y los árboles existen (Q).

P2: Vemos que el universo, la vida y los árboles existen (Q).

C: Por lo tanto, el dios creador de todo realmente existe (P).

Así, es posible ver que el razonamiento infantil y falaz de mi hija, digno de una niña pequeña y risible para muchos adultos, de pronto no es tan risible, por cuanto muchos de esos mismos adultos que se ríen de la existencia del hada de los dientes, al mismo tiempo abrazan la creencia en la existencia de otros seres míticos ¡con el mismo argumento falaz!

Da para pensar.

Pero, por ahora, mi hija es feliz con sus monedas relucientes. En la medida que siga creciendo, espero enseñarle a pensar, a razonar, y espero que ella misma se dé cuenta de por qué uno, o más, de aquellos seres míticos que mucha gente postula que existen, probablemente no lo hacen. Al menos, no podemos asumir su existencia apelando a argumentos falaces como el afirmar el consecuente.

Por otra parte ¿Podríamos concluir que Dios no es más que el hada de los dientes en que los adultos nunca dejaron de creer porque nadie les contó a tiempo que era mentira?

Da para pensar…

Notas

  • Nota 1: La falacia de “afirmación del consecuente” debe diferenciarse de los argumentos “Modus Ponendo Ponens” y “Modus Tollendo Tollens”, que son válidos por construcción.
  • Nota 2: Es común que se confunda (a veces a propósito) la implicancia (“si P entonces Q”) con la doble implicancia, también llamada bi-condicional, “P si y solo si Q”, donde si P es verdadero, necesariamente Q es verdadero y viceversa, como en el caso de la proposición lógica “Un ser vivo es un mamífero si y solo si tiene glándulas mamarias”.
  • Nota 3: Este caso, además de una “afirmación del consecuente”, sería un ejemplo de “argumento de ignorancia” (Ad Ignorantiam): el que algo no tenga explicación conocida no garantiza que cualquier otra explicación postulada, tal como la existencia del chupacabras, sea verdadera simplemente porque ninguna explicación convencional es satisfactoria.