¿Por qué existe un movimiento escéptico?

por | 12 marzo, 2013
Daniel Loxton
(Imagen: Wired)
Daniel Loxton, escritor e ilustrador canadiense y editor de Junior Skeptic, ha redactado un texto de dos capítulos de extensión que aborda los orígenes del escepticismo científico, su ámbito de aplicación y propósitos últimos. El recorrido histórico resulta detallado (aunque según Loxton, parcial), plagado de autores y citas que evocan las mismas problemáticas que vemos en la actualidad pero en distintas épocas. Cuando, posteriormente, Loxton pasa a la temática del propósito y ámbito del escepticismo, no escapa de las controversias: toca el tema de la supuesta ‘excepción religiosa’ del escepticismo científico y enfatiza qué temas son de escrutinio escéptico y cuáles son de discusión filosófica. Explica por qué la etiqueta de ‘todólogo’ del escéptico no corresponde, instando a los escépticos a no opinar fuera de nuestra expertise por riesgo de caer en la pseudociencia, y explica la importancia del conocimiento escéptico, de su preservación y de conocer cuáles son sus límites. Loxton hace un caso bastante sólido apuntando hacia un escepticismo enfocado en lo paranormal y las pseudociencias, argumentando que cuando el escepticismo diverge a otras áreas del conocimiento pierde su nicho y se diluye su carácter de ‘basado en evidencias’.

El escepticismo que conocemos en la actualidad es parte de una antigua y noble tradición que precede a Martin Gardner, CSICOP (ahora CSI), Houdini, e incluso a la ciencia misma. Este texto, editado durante casi dos años por Daniel Loxton, explora los orígenes, principios fundadores, y propósitos del escepticismo científico.

Loxton comienza haciendo historia, pero no una que incluya a todo cuanto podamos llamar, o se haya llamado alguna vez escepticismo. Pone de manifiesto que esta indagación histórica es pertinente sólo a las raíces del escepticismo científico ─específicamente, el estudio y crítica de afirmaciones factuales acerca de lo paranormal o ciencia marginal─ y no a la más amplia duda filosófica. Ésta es una clásica confusión de algunos críticos que, en ocasiones, señalan que el escéptico ‘no sabe qué es el escepticismo’, quizás olvidando tratar de investigar un poco más de cerca a qué se refieren los escépticos científicos con escepticismo.
Loxton logra balancear historia y citas relevantes cuando intenta hacer un punto. Así cita, por ejemplo, al genetista George R. Price, quien en 1955 escribió en un artículo para la revista Science: “Existe una literatura acerca de lo paranormal, así como existe una literatura en física y química, y el científico que ignora esta literatura y depende únicamente en sus poderes de razonamiento al evaluar reportes de fenómenos psíquicos está en desventaja” (pág. 7). Muchos escépticos creen que pueden desmontar un tema del que conocen poco sólo utilizando el ‘pensamiento crítico’; Loxton afirma que el pensamiento crítico por sí solo no es suficiente, insistiendo en la relevancia de la historia del error humano para la comprensión del progreso del conocimiento (Joseph Jastrow), y citando a Houdini, quien afirmaba que su experiencia en el campo de lo oculto superaba a la de cualquier científico (pág. 10). De misma opinión era T.H. Huxley, quien comprendía que el estudio y exposición de las ilusiones psíquicas requerían de técnicas especializadas y habilidades de especialistas en ilusionismo. “Un hombre podría ser un excelente químico o naturalista; y aún así ser un muy mal detective”, escribió, “Pero, en estas investigaciones, aquellos que las conocen están al tanto que las cualidades del detective son mucho más útiles que las del filósofo” (pág. 12).
Otro tema interesante tocado por Loxton es el clásico menosprecio de muchas personas por los temas explorados por el escepticismo: ¿Por qué perder tiempo en temas tan ‘obviamente absurdos’? En 1842, Oliver Wendell Holmes Sr., famoso cirujano, inventor y escritor (autor de “Homeopathy and Its Kindred Delusions”), señaló que “las afirmaciones del pasado arrojan luz sobre las afirmaciones del presente” y que “el académico no debe […] sonreír a la cantidad de tiempo y labor gastadas en las conferencias acerca de este sombrío sistema” ─puesto que si bien la homeopatía puede no hacerle daño a un paciente, “siempre le hace gran daño a la comunidad fomentar la ignorancia, el error o el engaño en una profesión que trata con la vida y muerte de otras criaturas” (pág. 15).
Luego del recorrido histórico, Loxton se pregunta entonces qué diferencia hay entre estos antiguos escritores e investigadores respecto de aquellos escépticos “modernos” y recientes que todos conocen mejor, vinculando a Martin Gardner, Carl Sagan y el CSICOP. La diferencia radica, de acuerdo con Loxton, en el género de larga data de literatura escéptica individual (antes), y el reconocimiento de que esta erudición, colectivamente, corresponde a un distintivo campo de estudio (después). Es decir, el escepticismo deja de ser un esfuerzo individual, o colectivo aunque acotado, y aparecen verdaderas organizaciones escépticas, publicaciones periódicas, congresos, discusiones acerca de buenas prácticas, etc. De modo que fue así como el movimiento escéptico buscó traer foco crítico organizado a los mismos antiguos problemas que voces aisladas, superadas en número e independientes, habían intentado abordar durante siglos: un número virtualmente interminable de afirmaciones paranormales y pseudocientíficas no examinadas, potencialmente peligrosas, ignoradas o descuidadas por científicos y académicos.
Para ese fin, el alcance del proyecto escéptico fue definido como la investigación exclusiva de afirmaciones empíricas ─no sólo opinión adicional, no sólo una actitud de duda, y no sólo atrincherarse al otro lado de la carga de la prueba─. Además, Loxton afirma que cuando el escepticismo se ofrece como opinión es sólo “erudición ruidosa”. Y sólo cuando el escepticismo se hace cargo de investigar los hechos demostrables, recién entonces se convierte en un verdadero servicio público útil. Ésta es una clara introducción a una de las polémicas internas más usuales en la comunidad escéptica, una que se da típicamente entre escépticos y personajes más ligados al ateísmo: la supuesta excepción religiosa. Steven Novella asegura que mantenerse fiel al ámbito de la ciencia es acerca de “claridad de filosofía, lógica y definición” en vez de ventaja estratégica o cobardía intelectual (pág. 36). Loxton es enfático: “Quienquiera que postule el argumento de que el alcance de las afirmaciones comprobables es un ardid deliberado para ‘evitar ofender a los religiosos’ no está familiarizado con la literatura del escepticismo científico, o elige malinterpretarla”. Agrega: “Los escépticos científicos investigan afirmaciones que pueden ser investigadas (religiosas o no) y dejan a un lado afirmaciones que no pueden ser investigadas (de nuevo, religiosas o no). Lo parte ‘religiosa’ es irrelevante. […] La única diferencia relevante es si evidencia empírica es posible” (pág. 37).
Si alguien dice que cree en Dios basado en la fe”, clarificó Michael Shermer, “entonces no tenemos mucho más que decir al respecto. Si alguien dice que cree en Dios y puede demostrarlo a través de argumentos racionales y evidencia empírica, entonces”, como Harry Truman, “decimos muéstrame” (pág. 37).
Por supuesto, cuando Loxton dice que el escepticismo debiese limitarse a lo empírico, no lo dice en términos absolutos; Loxton no está pidiendo que citemos artículos de investigación científica formales en cada caso ni exigiendo que sólo los temas en que ese tipo de estudios son pertinentes sean la única parte del ámbito de estudio del escepticismo, puesto que mucho del trabajo del ‘escepticismo científico’, como su propia investigación histórica, es ‘científica’ sólo en el sentido más amplio: es crítica, basada en evidencias, y funciona dentro de un marco empírico. Hay, sin embargo, temas en que si bien como escépticos podemos tener opinión ─opinión que es usualmente científicamente informada─ esto no implica que haya necesariamente ‘prueba empírica’ que la respalde: No podemos demostrar que debiésemos valorar la libertad sobre el bien común, o la seguridad sobre la libertad. No podemos demostrar que los impuestos son esclavitud, o que los medios de producción debiesen estar en manos del trabajador. No podemos demostrar que no hay vida después de la muerte, o que el matrimonio homosexual es moralmente bueno, o que Kirk es mejor que Picard. No podemos demostrar que el vecino de Carl Sagan no tiene un dragón invisible e indetectable en su garaje ─y sólo proceder, por cuestión metodológica, sobre la base de que somos incapaces de percibir diferencias entre un dragón indetectable y un dragón no existente. Evidentemente, los escépticos pueden tener opiniones concretas y fuertemente argumentadas acerca de todos esos asuntos filosóficos, pero ninguna de esas preguntas corresponde a interrogantes que la ciencia pueda contestar. Como Novella y Boomberg han explicado, “la ciencia sólo puede tener una visión agnóstica hacia hipótesis no verificables. Un racionalista podría argüir que mantener una posición arbitraria acerca de una afirmación no verificable es irracional ─y podría estar en lo correcto. Pero éste es un argumento filosófico, y no científico” (pág. 41).
Más adelante, Loxton se adentra en un tema que ya hemos tocado anteriormente en la AECH: los escépticos no son ‘todólogos’. No lo son los escépticos, y tampoco lo son los científicos, y ambos no están ajenos a cometer equivocaciones cuando opinan fuera de su ámbito. El paleontólogo Donald Prothero ha denominado al fenómeno que ocurre cuando respetados científicos caen en esto como el ‘efecto Linus Pauling’. Loxton se pregunta entonces si los auto-proclamados escépticos son menos susceptibles de engañarse cuando comentan fuera de su área de expertise ─quizás por virtud de su interés en el ‘pensamiento crítico’. Desafortunadamente, afirma, puede que lo contrario sea cierto. “El pensamiento crítico no es sustituto para conocimiento experto, no importando cuánto escépticos, creacionistas, “9/11 Truthers”, o negacionistas del cambio climático lo deseen. Aplicar sólidas técnicas de pensamiento crítico a conocimiento insuficiente nos lleva a percibir patrones y problemas que no existen. La mayoría de la pseudociencia surge precisamente de tal fiero pensamiento crítico. Nunca sería saludable para los ‘escépticos’ ser más escépticos que la comunidad científica misma”, advirtió Kendrick Frazier. “Los escépticos que se aventuran más allá de su conocimiento experto son por lo menos igual de vulnerables que el resto de convertirse en pseudocientíficos” (pág. 45). Loxton concluye que lo mejor que podemos hacer en áreas que requieren de genuino conocimiento científico (si es que no lo tenemos) es aportar una descripción útil al resto, contar lo que sucede.
Cuando ampliamos nuestro alcance más allá de las afirmaciones científicamente comprobables, abandonamos todo el carácter ‘basado en la ciencia’ del movimiento escéptico. Cuando nos ramificamos a otras áreas de dominio experto en la corriente principal de la ciencia o academia, rápidamente nos encontramos opinando como aficionados, o peor, como maniáticos pseudocientíficos. Cuando nos mantenemos en los asuntos paranormales que se nos dan bien ─nuestra única contribución original─ ocupamos un nicho” (pág. 52). Nicho es una palabra importante, en ecología se refiere al rol que ocupa un individuo en una comunidad, ‘lo que hace’. Los escépticos son una fuente de conocimiento experto respecto de afirmaciones extraordinarias, paranormales o pseudocientíficas. Eso les otorga identidad y visibilidad. Es por ello que cuando un medio intenta realizar una nota con algo de balance acerca de algún tema ‘fringe’, sabe a quién debe llamar, a alguien que se dedica a esto, que ocupa un lugar que nadie más ocupa en nuestra sociedad. La ‘erudición escéptica’, como otras arcanas áreas de estudio académico, puede ser vista como un respaldo o reserva de conocimiento experto. Nunca se sabe cuándo algo tan aparentemente poco nocivo como la radiestesia puede empezar a matar gente. Es ahí cuando todo este conocimiento se vuelve más relevante que nunca.
Es evidente que a nadie (incluso a los mismos escépticos) les preocupan sólo estos temas. Loxton confiesa, por ejemplo, que hay causas políticas que le gustaría personalmente promover, así como defender ciertos principios morales. Asegura que él está personalmente involucrado en muchos movimientos. Se define un escéptico, humanista, y también ateo, ‘y otras cosas además’. Reconociendo sus múltiples y distintivas afiliaciones, Loxton dice seguir una antigua y respetable tradición del escepticismo científico. Cita a la Directora del National Center for Science Education, Eugenie Scott, quién explica: “La mayoría de las personas tienen más de una identidad: yo visto mi sombrero humanista en algunos círculos, pero no en la reunión de apicultores” (pág. 55). Es relevante hacer hincapié en que Loxton concede el valor de otras iniciativas vinculadas al escepticismo, y lo relevante de hacer comunidad y compartir experiencias. Lo único que está invocando es una separación de roles: si queremos oponernos activamente a la religión, luchar por la separación Iglesia-Estado, o reparar el gobierno, hay otros grupos cuya misión es precisamente ésa. Éstas nunca han sido metas del escepticismo científico, pero nada nos impide ser escépticos y ser otras cosas más simultáneamente.
El texto de Loxton consigue ser informativo y a la vez provocativo, aunque mucho más elaborado y razonado que su ensayo “Where Do We Go From Here?”. Por ello bien merece la pena leerlo en su totalidad y discutirlo en detalle por cualquiera honestamente interesado en el escepticismo actual.

Referencias